Siguiendo con esta diversión que me he buscado, toca ahora ocuparme del testamento del tercer emperador romano, Cayo Julio César Germánico, quien pasó a la historia con el sobrenombre, que él mismo aborrecía, de Calígula o "botitas".
Aunque debo reconocer que, si la excusa para estas entradas era el testamento de los emperadores, en el caso de Calígula testamento eficaz no llegó a haber, fuera de lo que después diré, lo que se debió fundamentalmente a su intempestiva muerte y a que para entonces no había aún engendrado un sucesor válido para el imperio.
Digo que su muerte fue intempestiva porque él sin duda no se la esperaba. Esto no significa que no viviera durante su reinado en un estado de cierta aprensión vital, lo que no resulta extraño si tenemos en cuenta el pequeño porcentaje de emperadores romanos que lograron irse de este mundo por la vía natural.
Él mismo inició la larga serie de magnicidios imperiales ayudando a Tiberio a morirse de una vez, al menos al decir de Tácito, y haciendo despachar a continuación a su coheredero designado, Tiberio Gemelo, nieto consanguíneo del segundo emperador e hijo adoptivo propio.
De ahí también su interés en ser divinizado cuanto antes y otros comportamientos paralelos, como sustituir con su propia cabeza las mejores estatuas de Júpiter, o extender su casa desde el Palatino hasta el templo de Cástor y Pólux, patronos de Roma, entre los que se situaba para recibir la adoración de una ya poco sorprendible plebe.
Columnas del Templo de Cástor y Pólux en el foro romano. |
Y es que, según nos explica Suetonio, en Calígula convivían una osadía tendente a la crueldad con una notoria cobardía física. De esta última nos da Suetonio varios ejemplos.
Uno de ellos era su extremo temor a las tormentas, aunque debo decir que esto tampoco me parece tan absurdo, pues las tormentas tienen un peligro real, y más en un mundo que no había descubierto el pararrayos. Baste pensar que en las mitologías de la época el Dios supremo era casi siempre el del trueno. Yo mismo puedo dar fe del miedo real que se le tenía en la Galicia rural de mi infancia a esos fenómenos naturales, distando de considerar a mis parientes gente especialmente supersticiosa o débil de carácter.
Otro ejemplo de la cobardía del emperador Cayo que tiene cierta gracia fue cuando pretendió ejecutar a dos legiones completas en Germania, las cuales habían cometido el crimen, capital para él, de ofrecer a su padre Germánico la sucesión de Augusto, en perjuicio de Tiberio, lo que el siempre noble Germánico rechazó horrorizado. Y eso que esos curtidos legionarios a lo que realmente reaccionaron fue a la marcha del pequeño Calígula y de su madre Agripina del campamento, por ser el hijo de su general su juguete preferido. Este afecto que de niño le profesaron no impidió que intentara hacerles pagar tardíamente el conato de rebelión y si, según le explicaron, no se podía acabar de golpe con dos legiones, y menos tan bragadas como aquellas, propuso que se las diezmara. Pero los legionarios, cuando vieron sus intenciones, echaron mano a las espadas, ante lo que Calígula salió por piernas y no paró hasta llegar a Roma, sin que esta vez nadie lamentara su ausencia.
En la sangre de Calígula se mezclaron las ramas julia y claudia de la familia. La segunda a través de su padre, Germánico, hijo de Druso, el menor de los hijos de Livia y hermano del emperador Tiberio. La ascendencia julia le provenía de su madre, Agripina la mayor, hija de Marco Agripa y de Julia, la hija de Augusto y única descendiente biológica del primer emperador. Y también era Calígula descendiente directo de Marco Antonio, pues su abuela era Antonia, la menor, esposa de Druso e hija de Marco Antonio y de Octavia, la hermana de Augusto.
De toda esta noble ascendencia a Calígula le avergonzaba la de su abuelo Agripa, el general de Augusto y principal responsable de las victorias militares que consolidaron la dinastía, al carecer aquel de orígenes patricios. Al punto de que prefería sostener que Augusto había cometido incesto con su hija Julia para engendrar a Agripina que aceptar su real filiación. Así que no era Calígula gran partidario de la meritocracia, pero sí del incesto, en lo que además predicó con el ejemplo, al menos según algunas fuentes.
Germánico y Agripina tuvieron nada menos que nueve hijos. De ellos tres murieron en la infancia. De los seis hermanos restantes, los dos mayores, Nerón y Druso, terminaron sus días a manos de la acción combinada de Tiberio y de su prefecto del pretorio, Sejano. Así que Calígula fue el único hijo varón superviviente de la pareja, y nunca mejor dicho lo de superviviente, pues tuvo que usar de todas las armas de disimulo a su disposición para superar una convivencia de años en Capri con su paranoico tío abuelo, el emperador Tiberio.
Calígula gozó en los primeros tiempos de su reinado de un gran favor popular, procedente tanto del odio que los romanos profesaban a Tiberio como de la admiración que sentían por su padre, Germánico, ejemplo de líder carismático de la época. Nos lo explica así Suetonio:
Obelisco traído de Egipto por Calígula para instalarlo en el circo que construyó en los jardines que heredó de su madre Agripina y que hoy se levanta en el centro de la plaza de San Pedro. |
Aunque Calígula no fuese un erudito, como sí lo fueron su tío abuelo Tiberio y su tío Claudio, hay que suponerle una formación cultural destacada, incluyendo el ámbito del derecho. Los romanos no concebían que un miembro de sus clases dirigentes fuera un ignorante jurídico, dada la importancia que esta materia tenía para la mayor parte de las tareas que estaban llamados a realizar. Aquí es apreciable el contraste con nuestras propias clases políticas, como recientes acontecimientos legislativos nos han vuelto a demostrar.
Rescataré de entre las múltiples anécdotas que Suetonio nos ofrece sobre el personaje algunas de carácter legal, sobre la base de que el hilo conductor en el relato del autor es la acelerada conversión de Calígula de príncipe en monstruo, que tiñe de colorido a todo lo que nos cuenta. Añadiré alguna otra aportación del mismo tenor procedente de Dion Casio (Historia romana. Libros L-LX. Biblioteca Clásica Gredos).
El primero de los casos jurídicos que tomo de Suetonio tiene que ver con el testamento de su antecesor en el trono, su tío abuelo Tiberio. Como ya he contado, Tiberio instituyó coherederos a Calígula y su nieto consanguíneo, Tiberio Gemelo. Pero Calígula, con la ayuda del prefecto del pretorio, Macrón, se hizo casi inmediatamente con el poder total y en el proceso de lograr esto consiguió una declaración de nulidad del testamento de Tiberio por el Senado, sobre la base de la falta de sanidad mental del testador que evidenciaría haber instituido coheredero a Gemelo, siendo este menor de edad.
Sin embargo, se trató de una nulidad parcial, pues los legados ordenados por Tiberio sí fueron entregados por su sucesor.
Dice Suetonio:
En otra ocasión nos cuenta Suetonio:
"Afirmaba que no tenían derecho a disfrutar de la ciudadanía romana los descendientes de aquellas personas que la hubieran conseguido para sí y para su posteridad, a no ser que se tratara de sus hijos, pues no debía, en efecto, entenderse como posteridad más que este grado de parentesco".
En este sucedido, contado por Suetonio como un ejemplo más de la avaricia y arbitrariedad del emperador, puede apreciarse también una cuestión jurídica de fondo, la interpretación que debe darse al término posteridad. Dudas muy similares se siguen planteando en nuestros tiempos sobre la interpretación de términos como "descendencia". Piénsese, por ejemplo, en el alcance de la sustitución vulgar a favor de los descendientes y si esta comprende grados ulteriores a los hijos, cuestión sobre la que la Dirección General se ha pronunciado reiteradamente en los últimos tiempos.
Otra anécdota sucesoria contada por Suetonio es la siguiente:
"A un individuo que había
prometido combatir como gladiador si él sanaba le exigió el cumplimiento de su
voto, contempló cómo se batía con la espada, y no le dejó en libertad sino
cuando hubo ganado y después de muchas súplicas. Puso en manos de los niños a
otro que había hecho voto de matarse por la misma causa, pero que dudaba en
hacerlo, con el encargo de que lo pasearan por los distintos barrios con la
corona de verbena y las cintas de las víctimas, mientras le reclamaban el
cumplimiento de su voto, hasta precipitarlo desde el terraplén."
Y esta es la versión de Dion de la misma anécdota:
"Publio Afranio Potito, un plebeyo, también murió porque había hecho promesa, no sólo espontáneamente sino acompañada por un juramento, de ofrecer su vida si Cayo se recuperaba. Lo hizo llevado por un loco afán de adulación. Lo mismo le ocurrió a un tal Atanio Secundo, un caballero que había anunciado que lucharía como gladiador si aquel se reponía. En lugar de las riquezas que esperaban recibir por haber querido morir en su lugar, fueron obligados a cumplir sus promesas para no convertirse en perjuros".
Tenemos aquí dos casos de promesa unilateral, revestidas de ciertas formalidades (el juramento), y consideradas vinculantes por el emperador. Sin duda, no son ejemplo de magnanimidad imperial. Pero cabe pensar que los promitentes no hacían esta clase declaraciones con un ánimo desinteresado, sino con la apenas secreta intención de ser recompensados. Así que con su conducta Calígula expresaba, además de crueldad, un claro desagrado por el postureo público.
Esta otra, aunque tiene algo de jurídico, la recojo sobre todo por ser manifestación del retorcido sentido del humor del emperador. Se sacaban a subasta “los restos
de todos los espectáculos” y la subasta la presidía Calígula, siempre necesitado
de dinero. A partir de aquí dejo que lo cuente Suetonio: “Es notorio el caso de
Aponio Saturnino, que dormitaba en uno de los bancos: Gayo advirtió al
pregonero que no pasara por alto a ese expretor que le hacía señas con
frecuentes movimientos de cabeza, y no se puso fin a la licitación hasta
haberle adjudicado, sin que él se enterara de nada, trece gladiadores por una
suma de nueve millones de sestercios.”
Estamos ante un curioso caso de discordancia entre la voluntad interna y la declarada, y parece que el emperador no era partidario de las teorías de Savigny.
Y aquí nos da Suetonio un ejemplo
del derecho fiscal de la época:
"Creó nuevos impuestos, totalmente
desconocidos hasta el momento, encargando primero de su cobro a los publícanos
y luego, en vista de que las ganancias eran enormes, a los centuriones y a los
tribunos de las cohortes pretorianas, pues no hubo asunto ni persona que
quedara exento de tener que pagar alguna contribución. Se cobraba un impuesto
fijo y determinado por los comestibles que se vendieran en toda la ciudad; la
cuadragésima parte de la suma en litigio por los pleitos y juicios que se
entablaran en cualquier lugar, fijándose además una sanción para cualquiera que
resultara convicto de haber concertado o cedido un pleito a la parte contraria;
la octava parte de las ganancias diarias de los mozos de cuerda, y, de aquellas
que obtenían las prostitutas, la cantidad que cada una cobrara en una visita,
añadiéndose además a este capítulo de la ley que quedaban sujetos a este
impuesto incluso las mujeres que hubieran hecho oficio de meretriz o los
hombres que hubieran actuado como alcahuetes, sin que ni siquiera las personas
casadas quedaran exceptuadas. Como todos estos impuestos se habían anunciado,
pero no se habían publicado por escrito, y se cometían muchas infracciones
por ignorancia del texto de la ley, lo publicó al fin a instancias del pueblo,
pero en letras diminutas y en un sitio muy angosto, de forma que nadie pudiera
copiarlo."
Esto que se nos cuenta como ejemplo de rapacidad fiscal, desde una perspectiva moderna, especialmente para quienes hayan tenido la suerte de disfrutar el IRPF en todo su esplendor, tampoco parece para tanto. Y en cuanto a lo de la publicidad de las normas, es cierto que en nuestra época las normas se publican con un formato predeterminado, pero el que algo se publique no lo convierte necesariamente en comprensible para el destinatario.
La última anécdota jurídica que recojo de Suetonio es la siguiente:
"Respecto a los jurisconsultos, como si se hallara dispuesto a suprimir la práctica total de su ciencia, a menudo declaró que ¡por Hércules! se encargaría de que no pudieran dar ninguna respuesta sin remitirse a él."
Para Suetonio vuelve a ser esta una manifestación de la rechazable autocracia imperial, aunque viéndolo desde otra perspectiva podría ser un intento de unificar criterios en la aplicación del derecho, más allá de las particulares opiniones de los verdaderos iurisprudentes.
Termino definitivamente la sección con otra anécdota
con vertiente jurídica que nos suministra Dion Casio:
“Para que nadie tuviera excusa
alguna para no asistir al teatro —pues se indignaba terriblemente si alguien
faltaba o, mediado el espectáculo, se levantaba y se iba— aplazó todos los
juicios y suspendió todos los duelos. Gracias a esta disposición se permitió a
las mujeres que se habían quedado viudas contraer nuevo matrimonio antes del
tiempo establecido, siempre que no estuvieran embarazadas.”
Aquí se alude a la prohibición impuesta a las viudas de contraer matrimonio durante un plazo tras el fallecimiento del esposo (el "tempus lugendi" o año de luto), lo que tenía entre sus finalidades evitar dudas sobre la paternidad de hijos póstumos (sin entrar ahora en la capacidad sucesoria de estos póstumos).
Este "tempus lugendi" parece que era de diez meses desde el fallecimiento del esposo. Similares limitaciones pasaron a nuestro derecho histórico. Así, el Fuero Juzgo establecía que la viuda que contrajese segundas nupcias o cometiese adulterio dentro de doce meses tenía que dar la mitad de su dote a los hijos de su primer matrimonio, y si no hubiera hijos, a los parientes más próximos de su marido. Incluso subsisten en el derecho moderno restos de esta regulación, como el any de plor del derecho catalán, que se pierde por el nuevo matrimonio o convivencia marital del viudo con otra persona.
Además, la viuda que se volviese a casar dentro del año de luto tenía otras limitaciones sucesorias. Así, dice Biondi (La sucesión testamentaria. Bosch. 1960. Pág. 131): "la viuda que vuelve a casarse dentro del año de luto es incapaz de recibir de cualquiera ... Igualmente es incapaz la viuda que haya dado a luz después de la muerte del marido un hijo legítimo ... ".
Calígula en su corta vida se casó cuatro veces, resumiendo así Suetonio su trayectoria conyugal: "En lo que respecta a sus matrimonios, no es fácil discernir si su conducta fue más vergonzosa al contraerlos, al romperlos, o mientras le duraron".
La primera esposa, Junia Claudila, era hija de un senador amigo de Tiberio, quien, tras la muerte de este, jugó por un tiempo el papel de mentor del nuevo emperador. Claudila falleció durante un parto fallido. Las dos siguientes esposas fueron arrebatadas por Calígula a sus previos maridos, una de ellas prácticamente en el altar, aunque las repudió poco después. Ante las críticas que tal comportamiento generó, Calígula citó, no sin alguna base, el precedente de Augusto, contrayendo matrimonio con una embarazada Livia. En tal réplica se muestra la facilidad oratoria que de modo general se reconocía al emperador. Su última esposa, y también su viuda por el tiempo que los pretorianos tardaron en encontrarla, fue Cesonia. Suetonio no se explica qué pudo llevar a Calígula a escogerla como cónyuge "a pesar de que no se distinguía precisamente por su belleza ni estaba en la flor de la edad, y de que era ya madre de tres hijas habidas en su anterior matrimonio, aunque, eso sí, su desenfreno y su lascivia no conocían límite". Y lo que era era aún más inconcebible para él, parece que Calígula sintió un verdadero afecto marital por ella y el afecto era mutuo. Tuvieron una hija que fue el orgullo de su padre, pues se reconocía en ella al verla atacar con sus pequeños dedos directamente a los ojos de los otros niños. Los pretorianos la despacharon inmediatamente a continuación de su madre, aplastándola contra una pared.
Por otra parte, Calígula tenía tres hermanas, Livila, Drusila y Agripina, la menor. Esta última fue esposa del emperador Claudio, madre de Nerón y autora de unas jugosas memorias que desgraciadamente se han perdido, aunque pudieron haber inspirado algunas de las más truculentas anécdotas que sobre su familia contaron historiadores posteriores.
A Calígula se le acusó de cometer incesto con las tres. Fuera esto así o no, lo que sí es cierto es que Calígula tuvo una relación estrecha con sus hermanas, les otorgó honores especiales, como investirlas vestales honorarias, y un papel institucional, al menos al comienzo de su mandato.
Reverso de un sestercio emitido bajo Calígula y que representa a sus tres hermanas, cada una llevando un cuerno de la abundancia. |
De hecho, la única referencia que en Suetonio encontramos a un testamento de Calígula es uno en que instituía heredera a Drusila, su clara preferida. Dice el autor:
Francamente, nombrar a Drusila emperadora hubiera sido un inesperado giro de los acontecimientos, por totalmente extraño a la mentalidad romana de entonces, aunque si pensamos en que pretendió hacer cónsul a su equino, tampoco es del todo inverosímil. Con ese gesto, que desde nuestros tiempos podríamos incluso calificar de feminista, nos vuelve a recordar a las costumbres egipcias, donde sí se registraron reinas gobernantes, como la famosa Cleopatra. En cualquier caso, Drusila murió no mucho después de acceder Calígula al trono. Su viudo, además de probable amante de Calígula, fue Lépido, quien entró en una conspiración con Agripina y Livila, de la que él salió ejecutado y ellas para el destierro.
No consta que Calígula volviese a testar. Sin embargo, parece que en algún momento pensó en hacerlo en favor de Lépido. Dice Dion Casio:
"Hizo matar también a aquel famoso Lépido, su amante y su favorito, el marido de Drusila, el que había mantenido relaciones, en compañía del propio emperador, con las hermanas de Cayo, Agripina y Julia. A Lépido le había permitido concurrir a las magistraturas cinco años antes de lo fijado por la ley y de él había dicho que lo dejaría como su sucesor en el imperio. Tras aquel asesinato regaló a los soldados dinero, como si hubiese derrotado a alguno de sus enemigos. Además envió a Roma tres puñales como ofrenda a Ares Vengador. Deportó a sus hermanas a las islas por haber mantenido relaciones con Lépido, después haberlas acusado por escrito ante el Senado de constantes acciones impías y libertinas".
Así que tras la muerte de Calígula se produjo un vacío sucesorio. En un primer momento, el Senado pretendió aprovechar la circunstancia para recuperar su antiguo poder y restaurar la república. Pero los tiempos habían cambiado ya para siempre y los pretorianos encontraron, temblando detrás de una cortina, al nuevo emperador, el famoso Claudio, tío de Calígula y cuya condición de erudito era extrañamente compatible con una general desconfianza respecto de sus facultades intelectuales. Pero esa es otra historia.
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