lunes, 12 de diciembre de 2022

El testamento de Calígula.

Busto de Calígula.

"Era de gran estatura, de tez muy pálida y cuerpo desproporcionado; tenía el cuello y las piernas excesivamente delgados, los ojos y las sienes hundidos, la frente ancha y ceñuda, y el cabello ralo, pero en la coronilla estaba totalmente calvo, aunque por lo demás era muy velludo. Por esta razón, se consideraba un delito penado con la muerte mirar desde lo alto cuando él pasaba, o simplemente decir la palabra «cabra» por el motivo que fuera. Procuraba dar a su rostro, ya de por sí horrible y repulsivo, un aspecto aún más fiero ensayando ante el espejo todo tipo de expresiones tremebundas y espantosas. No gozó de buena salud, ni física ni mental. En su niñez tuvo ataques de epilepsia, y, ya en la adolescencia, si bien era bastante resistente a la fatiga, a veces sufría, no obstante, un súbito desfallecimiento que apenas le permitía andar, mantenerse en pie, recobrarse o sostenerse. Hasta él mismo se había dado cuenta de su desequilibrio mental, y más de una vez pensó en retirarse y aclarar su cerebro. Se cree que su mujer Cesonia le administró un filtro amoroso que, sin embargo, le volvió loco. Sufría sobre todo de insomnio, pues por la noche no dormía más de tres horas, y éstas ni siquiera con un sueño tranquilo”. Suetonio. Vida de Calígula. Los doce césares. Vol. II. Biblioteca Clásica Gredos.


Siguiendo con esta diversión que me he buscado, toca ahora ocuparme del testamento del tercer emperador romano, Cayo Julio César Germánico, quien pasó a la historia con el sobrenombre, que él mismo aborrecía, de Calígula o "botitas".

Aunque debo reconocer que, si la excusa para estas entradas era el testamento de los emperadores, en el caso de Calígula testamento eficaz no llegó a haber, fuera de lo que después diré, lo que se debió fundamentalmente a su intempestiva muerte y a que para entonces no había aún engendrado un sucesor válido para el imperio.

Digo que su muerte fue intempestiva porque él sin duda no se la esperaba. Esto no significa que no viviera durante su reinado en un estado de cierta aprensión vital, lo que no resulta extraño si tenemos en cuenta el pequeño porcentaje de emperadores romanos que lograron irse de este mundo por la vía natural.

Él mismo inició la larga serie de magnicidios imperiales ayudando a Tiberio a morirse de una vez, al menos al decir de Tácito, y haciendo despachar a continuación a su coheredero designado, Tiberio Gemelo, nieto consanguíneo del segundo emperador e hijo adoptivo propio.

De ahí también su interés en ser divinizado cuanto antes y otros comportamientos paralelos, como sustituir con su propia cabeza las mejores estatuas de Júpiter, o extender su casa desde el Palatino hasta el templo de Cástor y Pólux, patronos de Roma, entre los que se situaba para recibir la adoración de una ya poco sorprendible plebe.

Columnas del Templo de Cástor y Pólux en el foro romano.

Y es que, según nos explica Suetonio, en Calígula convivían una osadía tendente a la crueldad con una notoria cobardía física. De esta última nos da Suetonio varios ejemplos. 

Uno de ellos era su extremo temor a las tormentas, aunque debo decir que esto tampoco me parece tan absurdo, pues las tormentas tienen un peligro real, y más en un mundo que no había descubierto el pararrayos. Baste pensar que en las mitologías de la época el Dios supremo era casi siempre el del trueno. Yo mismo puedo dar fe del miedo real que se le tenía en la Galicia rural de mi infancia a esos fenómenos naturales, distando de considerar a mis parientes gente especialmente supersticiosa o débil de carácter. 

Otro ejemplo de la cobardía del emperador Cayo que tiene cierta gracia fue cuando pretendió ejecutar a dos legiones completas en Germania, las cuales habían cometido el crimen, capital para él, de ofrecer a su padre Germánico la sucesión de Augusto, en perjuicio de Tiberio, lo que el siempre noble Germánico rechazó horrorizado. Y eso que esos curtidos legionarios a lo que realmente reaccionaron fue a la marcha del pequeño Calígula y de su madre Agripina del campamento, por ser el hijo de su general su juguete preferido. Este afecto que de niño le profesaron no impidió que intentara hacerles pagar tardíamente el conato de rebelión y si, según le explicaron, no se podía acabar de golpe con dos legiones, y menos tan bragadas como aquellas, propuso que se las diezmara. Pero los legionarios, cuando vieron sus intenciones, echaron mano a las espadas, ante lo que Calígula salió por piernas y no paró hasta llegar a Roma, sin que esta vez nadie lamentara su ausencia. 

En la sangre de Calígula se mezclaron las ramas julia y claudia de la familia. La segunda a través de su padre, Germánico, hijo de Druso, el menor de los hijos de Livia y hermano del emperador Tiberio. La ascendencia julia le provenía de su madre, Agripina la mayor, hija de Marco Agripa y de Julia, la hija de Augusto y única descendiente biológica del primer emperador. Y también era Calígula descendiente directo de Marco Antonio, pues su abuela era Antonia, la menor, esposa de Druso e hija de Marco Antonio y de Octavia, la hermana de Augusto.

De toda esta noble ascendencia a Calígula le avergonzaba la de su abuelo Agripa, el general de Augusto y principal responsable de las victorias militares que consolidaron la dinastía, al carecer aquel de orígenes patricios. Al punto de que prefería sostener que Augusto había cometido incesto con su hija Julia para engendrar a Agripina que aceptar su real filiación. Así que no era Calígula gran partidario de la meritocracia, pero sí del incesto, en lo que además predicó con el ejemplo, al menos según algunas fuentes.

El llamado "Gran Camafeo de Francia". Es una representación de la compleja dinastía Julio-Claudia. En el centro está el emperador Tiberio y a la izquierda se ve a Agripina, con su hijo pequeño Calígula, vestido de legionario y con las botas militares origen de su apodo.  

Germánico y Agripina tuvieron nada menos que nueve hijos. De ellos tres murieron en la infancia. De los seis hermanos restantes, los dos mayores, Nerón y Druso, terminaron sus días a manos de la acción combinada de Tiberio y de su prefecto del pretorio, Sejano. Así que Calígula fue el único hijo varón superviviente de la pareja, y nunca mejor dicho lo de superviviente, pues tuvo que usar de todas las armas de disimulo a su disposición para superar una convivencia de años en Capri con su paranoico tío abuelo, el emperador Tiberio.

Calígula gozó en los primeros tiempos de su reinado de un gran favor popular, procedente tanto del odio que los romanos profesaban a Tiberio como de la admiración que sentían por su padre, Germánico, ejemplo de líder carismático de la época. Nos lo explica así Suetonio:

"Así alcanzó el imperio y colmó los deseos del pueblo romano, o, mejor dicho, de todo el género humano, pues era el príncipe más ansiado por la mayor parte de los provinciales y de los soldados, ya que la mayoría de ellos le habían conocido siendo aún muy pequeño, pero también por toda la plebe de Roma, que recordaba a su padre Germánico y se compadecía de su familia, casi extinguida. Y así, cuando partió de Miseno, aunque iba vestido de luto y seguía al cortejo fúnebre de Tiberio, su marcha transcurrió entre altares, víctimas y antorchas ardientes, saliendo a su encuentro una multitud compacta y llena de gozo que, además de otros nombres de feliz presagio, le llamaba su estrella, su polluelo, su muñequito, su niño."

Busto de Germánico, esposo de Agripina, hermano del emperador Claudio y padre de Calígula. Fue lo más parecido a un Kennedy que conocieron los romanos y, como no es raro en líderes de esa clase, tuvo un final anticipado y no del todo natural, o eso creyó él mismo. 


Pero rápidamente consumió ese crédito inicial con un comportamiento no solo cruel, sino extravagante, ejemplo de lo cual se consideraba su pasión por el canto y la danza, aunque todavía quedaba por llegar Nerón para completar el cuadro artístico de la dinastía. 

Entre las extravagancias de Calígula una de las que más llamaba la atención del pueblo eran sus extrañas vestimentas, poco propias de un romano, y su afición por los disfraces, gustando de asumir los atavíos de diversos dioses, masculinos y femeninos. En relación con esto nos cuenta Dion Casio la siguiente anécdota:

“Fue en una de esas que un galo, al verlo vestido como Zeus pronunciando oráculos sobre una tribuna, empezó a reírse. Cayo lo llamó y le preguntó: «¿Qué te parezco que soy?». Y el galo le contestó —y voy a citar sus palabras textuales—: «Un gran loco». Y a pesar de aquella contestación no recibió ningún castigo pues era un simple zapatero. De alguna manera, los emperadores como Cayo toleran mejor la franqueza de los hombres del común que la de quienes gozan de alguna dignidad”.

Se ha argumentado sobre la influencia que en el carácter de Calígula pudieron tener tanto sus viajes infantiles, acompañando a sus padres por el oriente, como el tiempo que vivió con su abuela Antonia, quien, como hija de Marco Antonio, tenía abundantes posesiones y clientes en Egipto y otros países del este y cuya casa en Roma era lugar de acogida de los hijos de la nobleza y realeza de allí procedente. Así, uno de sus principales amigos fue Marco Julio Agripa, un nieto de Herodes, a quien conoció en casa de su abuela y frecuentó en Capri. Ello explicaría que hubiera seguido más las costumbres de un rey de aquellas tierras que las de un princeps romano. También podría explicar las acusaciones de incesto con sus hermanas, algo esencialmente contrario a la moral romana, pero que era práctica habitual en la monarquía egipcia.

Obelisco traído de Egipto por Calígula para instalarlo en el circo que construyó en los jardines que heredó de su madre Agripina y que hoy se levanta en el centro de la plaza de San Pedro.

La moderna historiografía, no obstante, se ha esforzado por devolver a Calígula algo del mérito que le negaron los historiadores clásicos o al menos intentar explicar su conducta por motivos distintos a la mera maldad, como una posible enfermedad mental, de la que él mismo parece que fue consciente.

Y también es cierto que las víctimas del régimen fueron casi exclusivamente miembros de las clases altas de Roma, senadores y caballeros, y algunos o muchos de los represaliados probablemente tentaron su suerte, mezclándose en mayor o menor medida en conspiraciones contra el emperador, conductas de riesgo que no eran infrecuentes en la época y que de vez en cuando incluso tenían éxito, como demuestra con evidencia el desenlace final del reinado.

Aunque Calígula no fuese un erudito, como sí lo fueron su tío abuelo Tiberio y su tío Claudio, hay que suponerle una formación cultural destacada, incluyendo el ámbito del derecho. Los romanos no concebían que un miembro de sus clases dirigentes fuera un ignorante jurídico, dada la importancia que esta materia tenía para la mayor parte de las tareas que estaban llamados a realizar. Aquí es apreciable el contraste con nuestras propias clases políticas, como recientes acontecimientos legislativos nos han vuelto a demostrar.

Rescataré de entre las múltiples anécdotas que Suetonio nos ofrece sobre el personaje algunas de carácter legal, sobre la base de que el hilo conductor en el relato del autor es la acelerada conversión de Calígula de príncipe en monstruo, que tiñe de colorido a todo lo que nos cuenta. Añadiré alguna otra aportación del mismo tenor procedente de Dion Casio (Historia romana. Libros L-LX. Biblioteca Clásica Gredos).

El primero de los casos jurídicos que tomo de Suetonio tiene que ver con el testamento de su antecesor en el trono, su tío abuelo Tiberio. Como ya he contado, Tiberio instituyó coherederos a Calígula y su nieto consanguíneo, Tiberio Gemelo. Pero Calígula, con la ayuda del prefecto del pretorio, Macrón, se hizo casi inmediatamente con el poder total y en el proceso de lograr esto consiguió una declaración de nulidad del testamento de Tiberio por el Senado, sobre la base de la falta de sanidad mental del testador que evidenciaría haber instituido coheredero a Gemelo, siendo este menor de edad. 

Sin embargo, se trató de una nulidad parcial, pues los legados ordenados por Tiberio sí fueron entregados por su sucesor. 

Dice Suetonio:

"Pagó al contado, fielmente y sin recurrir a ninguna estratagema, los legados que Tiberio había dejado en su testamento, aunque éste hubiera sido anulado, e incluso los que Julia Augusta había hecho en el suyo, ocultado por Tiberio."

Todo esto demuestra que la decisión del Senado, aparte de tomada bajo coacción, fue política y no jurídica. Si la institución de heredero en un testamento era nula, ello acarreaba, no solo la apertura de la sucesión intestada, sino la ineficacia de los legados ordenados, pues en el derecho romano, a diferencia de nuestro derecho común (artículo 764-1 del Código Civil), sin institución de heredero válida el testamento era totalmente ineficaz.

En otra ocasión nos cuenta Suetonio:

"Afirmaba que no tenían derecho a disfrutar de la ciudadanía romana los descendientes de aquellas personas que la hubieran conseguido para sí y para su posteridad, a no ser que se tratara de sus hijos, pues no debía, en efecto, entenderse como posteridad más que este grado de parentesco".

En este sucedido, contado por Suetonio como un ejemplo más de la avaricia y arbitrariedad del emperador, puede apreciarse también una cuestión jurídica de fondo, la interpretación que debe darse al término posteridad. Dudas muy similares se siguen planteando en nuestros tiempos sobre la interpretación de términos como "descendencia". Piénsese, por ejemplo, en el alcance de la sustitución vulgar a favor de los descendientes y si esta comprende grados ulteriores a los hijos, cuestión sobre la que la Dirección General se ha pronunciado reiteradamente en los últimos tiempos.

Otra anécdota sucesoria contada por Suetonio es la siguiente:

"Anuló, en razón de la ingratitud que demostraban, los testamentos de aquellos centuriones primipilos que, desde el comienzo del principado de Tiberio, no habían instituido como heredero ni a éste ni a él; e igualmente, alegando que no eran válidos, los de todas aquellas personas que, según las palabras de cualquier individuo, habían proyectado dejar a César como heredero cuando murieran. Después de haber sembrado el miedo y conseguido por esta vía que los desconocidos le incluyeran públicamente en sus testamentos como a un miembro más de su familia, y los padres como a uno de sus hijos, los acusaba de reírse de él por empeñarse en seguir viviendo después de su designación, y a muchos les envió golosinas envenenadas".

Fuera del giro final de las golosinas, el comportamiento no es tan extraño en la perspectiva histórica. Del propio Augusto cuenta Suetonio como repasaba el testamento de sus próximos para saber si le habían dejado algo y cuánto era esto, reaccionando en consecuencia. Y al fin y al cabo en nuestros tiempos el fisco es también un sucesor forzoso en no pocas herencias.

Dion Casio nos cuenta esta misma historia testamentaria, aunque de un modo algo diverso:

"Con el fin de aumentar sus ingresos se decretó, al principio de su mandato, que todos aquellos que hubiesen tenido la intención de dejar algo a Tiberio en herencia y todavía estuvieran vivos, a su muerte se lo legaran a Cayo. Y promulgó un nuevo decreto para que pareciera que podía convertirse en heredero y recibir esos legados en contra de las leyes, puesto que no estaba casado ni tenía hijos. Pero en aquella situación y sin ningún tipo de decreto, exigió para sí, sencillamente, todas las propiedades de quienes habían prestado servicio como centuriones y que, tras el triunfo que celebró su padre, habían sido legadas a cualquier otra persona y no al emperador."

Esto puede entenderse, y con esa intención se nos cuenta, como otro ejemplo de abuso imperial. Pero cuando un romano hacía un legado a Tiberio no pensaba en él como ser humano particular, sino como titular del Imperio. 

Incluso en nuestro propio derecho tenemos normas de espíritu similar, como el artículo 20 de la Ley 3/2003, del patrimonio de las administraciones públicas. Por ejemplo, si alguien hiciera un legado al actual Presidente del Gobierno, es argumentable que la beneficiaria fuera la Administración General del Estado, por ser la Presidencia del gobierno un órgano constitucional del Estado (artículo 20.4 de la LPAP). Por supuesto que también cabría que el legado fuera hecho a “su persona”, y entonces el régimen sería diverso. Se plantearía, en último término, una cuestión de interpretación de la voluntad testamentaria, en lo que podría ser determinante la existencia o no de una previa relación personal entre los interesados. Otro caso a discutir podría ser el de un legado al vigente monarca. Aunque es sostenible que dichos legados quedan sujetos a un régimen propio, el del patrimonio nacional, en donde se integran los bienes recibidos por legado (artículo 12.e Ley 23/1982, reguladora del patrimonio nacional), lo que hay que entender referido a un legado recibido por el monarca y no hecho a título personal. Mayores dudas podría plantear un legado efectuado a favor del rey previo en testamento otorgado cuando este aún no era emérito, aunque dejo la cosa aquí para no empezar a pisar terrenos pantanosos.

La referencia a no estar Calígula casado y no tener hijos como causa de inhabilidad para suceder proviene de la legislación promulgada por Augusto, preocupado por el acusado descenso de la natalidad entre las clases altas romanas y por los efectos de las guerras civiles. 

Explica, al respecto, Antonio Fernández de Buján ("La legislación de Augusto"): "En materia de capacidad para ser instituido heredero o legatario en un testamento son de aplicación unas leyes de Augusto aprobadas en los comicios con la finalidad de aumentar la natalidad y moralizar la ciudad romana, la Lex Iulia de maritandis ordinibus de 17 a.C. y la Lex Papia Poppea de 9 d.C., en virtud de las cuales se establece que los caelibes, entendiendo por tales las personas solteras, varones entre 25 y 60, y mujeres entre 20 y 50, no pueden ser instituidos herederos, y los orbi, de mismas edades, en los que se comprende el varón casado, pero sin hijos, y la mujer con menos de 3 hijos ingenuos o 4 libertos, sólo podrán recibir la mitad de la herencia.  En el Derecho postclásico desaparecieron las limitaciones al respecto impuestas por Augusto". Para salvar estas prohibiciones se acudía comúnmente a la figura del fideicomiso. 

Una excepción a esta limitación era el testamento del soldado (in procinctu), que tenía un régimen privilegiado, justificado, según señala Gayo, por "su inexperiencia", esto es, ser legos en derecho.

Parece que la limitación tampoco alcanzaba a quienes tenían derecho a heredar ab intestato al causante (así, Manuel Jesús García Garrido. Derecho Privado Romano. Ediciones Académicas. 2007. Pág. 419, quien también aclara que la limitación no se aplicaba a herencias inferiores a cien mil sestercios, si se trataba de un hombre, o cincuenta mil sestercios, si el causante era una mujer).

En otro momento nos relata Suetonio lo siguiente: 

"A un individuo que había prometido combatir como gladiador si él sanaba le exigió el cumplimiento de su voto, contempló cómo se batía con la espada, y no le dejó en libertad sino cuando hubo ganado y después de muchas súplicas. Puso en manos de los niños a otro que había hecho voto de matarse por la misma causa, pero que dudaba en hacerlo, con el encargo de que lo pasearan por los distintos barrios con la corona de verbena y las cintas de las víctimas, mientras le reclamaban el cumplimiento de su voto, hasta precipitarlo desde el terraplén."

Y esta es la versión de Dion de la misma anécdota:

"Publio Afranio Potito, un plebeyo, también murió porque había hecho promesa, no sólo espontáneamente sino acompañada por un juramento, de ofrecer su vida si Cayo se recuperaba. Lo hizo llevado por un loco afán de adulación. Lo mismo le ocurrió a un tal Atanio Secundo, un caballero que había anunciado que lucharía como gladiador si aquel se reponía. En lugar de las riquezas que esperaban recibir por haber querido morir en su lugar, fueron obligados a cumplir sus promesas para no convertirse en perjuros".

Tenemos aquí dos casos de promesa unilateral, revestidas de ciertas formalidades (el juramento), y consideradas vinculantes por el emperador. Sin duda, no son ejemplo de magnanimidad imperial. Pero cabe pensar que los promitentes no hacían esta clase declaraciones con un ánimo desinteresado, sino con la apenas secreta intención de ser recompensados. Así que con su conducta Calígula expresaba, además de crueldad, un claro desagrado por el postureo público.

Esta otra, aunque tiene algo de jurídico, la recojo sobre todo por ser manifestación del retorcido sentido del humor del emperador. Se sacaban a subasta “los restos de todos los espectáculos” y la subasta la presidía Calígula, siempre necesitado de dinero. A partir de aquí dejo que lo cuente Suetonio: “Es notorio el caso de Aponio Saturnino, que dormitaba en uno de los bancos: Gayo advirtió al pregonero que no pasara por alto a ese expretor que le hacía señas con frecuentes movimientos de cabeza, y no se puso fin a la licitación hasta haberle adjudicado, sin que él se enterara de nada, trece gladiadores por una suma de nueve millones de sestercios.”

Estamos ante un curioso caso de discordancia entre la voluntad interna y la declarada, y parece que el emperador no era partidario de las teorías de Savigny.

Y aquí nos da Suetonio un ejemplo del derecho fiscal de la época:

"Creó nuevos impuestos, totalmente desconocidos hasta el momento, encargando primero de su cobro a los publícanos y luego, en vista de que las ganancias eran enormes, a los centuriones y a los tribunos de las cohortes pretorianas, pues no hubo asunto ni persona que quedara exento de tener que pagar alguna contribución. Se cobraba un impuesto fijo y determinado por los comestibles que se vendieran en toda la ciudad; la cuadragésima parte de la suma en litigio por los pleitos y juicios que se entablaran en cualquier lugar, fijándose además una sanción para cualquiera que resultara convicto de haber concertado o cedido un pleito a la parte contraria; la octava parte de las ganancias diarias de los mozos de cuerda, y, de aquellas que obtenían las prostitutas, la cantidad que cada una cobrara en una visita, añadiéndose además a este capítulo de la ley que quedaban sujetos a este impuesto incluso las mujeres que hubieran hecho oficio de meretriz o los hombres que hubieran actuado como alcahuetes, sin que ni siquiera las personas casadas quedaran exceptuadas. Como todos estos impuestos se habían anunciado, pero no se habían publicado por escrito, y se cometían muchas infracciones por ignorancia del texto de la ley, lo publicó al fin a instancias del pueblo, pero en letras diminutas y en un sitio muy angosto, de forma que nadie pudiera copiarlo."

Esto que se nos cuenta como ejemplo de rapacidad fiscal, desde una perspectiva moderna, especialmente para quienes hayan tenido la suerte de disfrutar el IRPF en todo su esplendor, tampoco parece para tanto. Y en cuanto a lo de la publicidad de las normas, es cierto que en nuestra época las normas se publican con un formato predeterminado, pero el que algo se publique no lo convierte necesariamente en comprensible para el destinatario. 

La última anécdota jurídica que recojo de Suetonio es la siguiente:

"Respecto a los jurisconsultos, como si se hallara dispuesto a suprimir la práctica total de su ciencia, a menudo declaró que ¡por Hércules! se encargaría de que no pudieran dar ninguna respuesta sin remitirse a él."

Para Suetonio vuelve a ser esta una manifestación de la rechazable autocracia imperial, aunque viéndolo desde otra perspectiva podría ser un intento de unificar criterios en la aplicación del derecho, más allá de las particulares opiniones de los verdaderos iurisprudentes.

Termino definitivamente la sección con otra anécdota con vertiente jurídica que nos suministra Dion Casio:

“Para que nadie tuviera excusa alguna para no asistir al teatro —pues se indignaba terriblemente si alguien faltaba o, mediado el espectáculo, se levantaba y se iba— aplazó todos los juicios y suspendió todos los duelos. Gracias a esta disposición se permitió a las mujeres que se habían quedado viudas contraer nuevo matrimonio antes del tiempo establecido, siempre que no estuvieran embarazadas.”

Aquí se alude a la prohibición impuesta a las viudas de contraer matrimonio durante un plazo tras el fallecimiento del esposo (el "tempus lugendi" o año de luto), lo que tenía entre sus finalidades evitar dudas sobre la paternidad de hijos póstumos (sin entrar ahora en la capacidad sucesoria de estos póstumos). 

Este "tempus lugendi" parece que era de diez meses desde el fallecimiento del esposo. Similares limitaciones pasaron a nuestro derecho histórico. Así, el Fuero Juzgo establecía que la viuda que contrajese segundas nupcias o cometiese adulterio dentro de doce meses tenía que dar la mitad de su dote a los hijos de su primer matrimonio, y si no hubiera hijos, a los parientes más próximos de su marido. Incluso subsisten en el derecho moderno restos de esta regulación, como el any de plor del derecho catalán, que se pierde por el nuevo matrimonio o convivencia marital del viudo con otra persona.

Además, la viuda que se volviese a casar dentro del año de luto tenía otras limitaciones sucesorias. Así, dice Biondi (La sucesión testamentaria. Bosch. 1960. Pág. 131): "la viuda que vuelve a casarse dentro del año de luto es incapaz de recibir de cualquiera ... Igualmente es incapaz la viuda que haya dado a luz después de la muerte del marido un hijo legítimo ... ".  

Calígula en su corta vida se casó cuatro veces, resumiendo así Suetonio su trayectoria conyugal: "En lo que respecta a sus matrimonios, no es fácil discernir si su conducta fue más vergonzosa al contraerlos, al romperlos, o mientras le duraron".

La primera esposa, Junia Claudila, era hija de un senador amigo de Tiberio, quien, tras la muerte de este, jugó por un tiempo el papel de mentor del nuevo emperador. Claudila falleció durante un parto fallido. Las dos siguientes esposas fueron arrebatadas por Calígula a sus previos maridos, una de ellas prácticamente en el altar, aunque las repudió poco después. Ante las críticas que tal comportamiento generó, Calígula citó, no sin alguna base, el precedente de Augusto, contrayendo matrimonio con una embarazada Livia. En tal réplica se muestra la facilidad oratoria que de modo general se reconocía al emperador. Su última esposa, y también su viuda por el tiempo que los pretorianos tardaron en encontrarla, fue Cesonia. Suetonio no se explica qué pudo llevar a Calígula a escogerla como cónyuge "a pesar de que no se distinguía precisamente por su belleza ni estaba en la flor de la edad, y de que era ya madre de tres hijas habidas en su anterior matrimonio, aunque, eso sí, su desenfreno y su lascivia no conocían límite". Y lo que era era aún más inconcebible para él, parece que Calígula sintió un verdadero afecto marital por ella y el afecto era mutuo. Tuvieron una hija que fue el orgullo de su padre, pues se reconocía en ella al verla atacar con sus pequeños dedos directamente a los ojos de los otros niños. Los pretorianos la despacharon inmediatamente a continuación de su madre, aplastándola contra una pared.

Representación renacentista de Milonia Cesonia, última esposa de Calígula. Al parecer, fue el pertenecer a una estirpe de mujeres de gran fecundidad lo que motivó su elección. De hecho, ya había tenido tres hijos al tiempo de contraer matrimonio con el emperador y estaba entonces embarazada del cuarto, una niña a la que se le puso el nombre de Julia Drusila, en honor a la fallecida hermana de Calígula.

Por otra parte, Calígula tenía tres hermanas, Livila, Drusila y Agripina, la menor. Esta última fue esposa del emperador Claudio, madre de Nerón y autora de unas jugosas memorias que desgraciadamente se han perdido, aunque pudieron haber inspirado algunas de las más truculentas anécdotas que sobre su familia contaron historiadores posteriores. 

A Calígula se le acusó de cometer incesto con las tres. Fuera esto así o no, lo que sí es cierto es que Calígula tuvo una relación estrecha con sus hermanas, les otorgó honores especiales, como investirlas vestales honorarias, y un papel institucional, al menos al comienzo de su mandato. 

Reverso de un sestercio emitido bajo Calígula y que representa a sus tres hermanas, cada una llevando un cuerno de la abundancia.

De hecho, la única referencia que en Suetonio encontramos a un testamento de Calígula es uno en que instituía heredera a Drusila, su clara preferida. Dice el autor:

"Mantuvo relaciones incestuosas con todas sus hermanas, y en los banquetes muy concurridos las sentaba por turnos a su derecha, mientras su mujer ocupaba el sitio que quedaba a su izquierda. De ellas, se cree que desfloró a Drusila cuando aún vestía él la toga pretexta, e incluso que su abuela Antonia, en cuya casa se criaban juntos, le sorprendió una vez en concúbito con ella; más tarde, estando casada con el excónsul Lucio Casio Longino, se la llevó consigo y la trató abiertamente como a su legitima esposa; cuando cayó enfermo, la nombró incluso heredera de sus bienes y del imperio ...".

Francamente, nombrar a Drusila emperadora hubiera sido un inesperado giro de los acontecimientos, por totalmente extraño a la mentalidad romana de entonces, aunque si pensamos en que pretendió hacer cónsul a su equino, tampoco es del todo inverosímil. Con ese gesto, que desde nuestros tiempos podríamos incluso calificar de feminista, nos vuelve a recordar a las costumbres egipcias, donde sí se registraron reinas gobernantes, como la famosa Cleopatra. En cualquier caso, Drusila murió no mucho después de acceder Calígula al trono. Su viudo, además de probable amante de Calígula, fue Lépido, quien entró en una conspiración con Agripina y Livila, de la que él salió ejecutado y ellas para el destierro. 

No consta que Calígula volviese a testar. Sin embargo, parece que en algún momento pensó en hacerlo en favor de Lépido. Dice Dion Casio:

"Hizo matar también a aquel famoso Lépido, su amante y su favorito, el marido de Drusila, el que había mantenido relaciones, en compañía del propio emperador, con las hermanas de Cayo, Agripina y Julia. A Lépido le había permitido concurrir a las magistraturas cinco años antes de lo fijado por la ley y de él había dicho que lo dejaría como su sucesor en el imperio. Tras aquel asesinato regaló a los soldados dinero, como si hubiese derrotado a alguno de sus enemigos. Además envió a Roma tres puñales como ofrenda a Ares Vengador. Deportó a sus hermanas a las islas por haber mantenido relaciones con Lépido, después haberlas acusado por escrito ante el Senado de constantes acciones impías y libertinas".

Así que tras la muerte de Calígula se produjo un vacío sucesorio. En un primer momento, el Senado pretendió aprovechar la circunstancia para recuperar su antiguo poder y restaurar la república. Pero los tiempos habían cambiado ya para siempre y los pretorianos encontraron, temblando detrás de una cortina, al nuevo emperador, el famoso Claudio, tío de Calígula y cuya condición de erudito era extrañamente compatible con una general desconfianza respecto de sus facultades intelectuales. Pero esa es otra historia.

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