Una vez más mi fuente principal será el siempre entretenido Suetonio, con alguna aportación de Tácito, quizás menos glamuroso que aquel, pero también de ácido ingenio.
El relato de Suetonio abunda en detalles procaces. Aunque no nos engañemos. A la moral romana de entonces le preocupaba, más que lo que Tiberio hacía, a quien se lo hacía. Si los "pececitos" de su piscina en Capri hubieran sido esclavos, poco reproche público habría merecido su conducta.
Por otra parte, si el régimen que desencadenó César, instauró Augusto y consolidó para los siglos venideros Tiberio, era una autocracia militar, lo era con los escasos recursos policiales de la época y abarcando una extensión vastísima.
Eso suponía que, por ejemplo, un rabino predicando por la Galilea y la Judea de entonces poco temor debía albergar a que una injerencia directa de Tiberio alterase el curso de tu vida. Otra cosa es que hicieras tú algo por tu cuenta para enfadar a los funcionarios romanos del lugar. Pero la presencia del César, como figura remota de autoridad, sí era sentida de modo general en todo el Imperio, de modo que, si un fariseo te enseñaba una moneda, sabías decir inmediatamente a quien representaba y sobre todo a quien debía ser entregada.
No gozaban de esta misma invisibilidad para el poder las clases altas romanas, principal objetivo del régimen.
Debe reconocerse, no obstante, que Tiberio, a diferencia de Calígula o incluso de Nerón, suscitó en los últimos años de su vida una general animadversión, no solo entre senadores y caballeros, sino entre la plebe romana.
Pero esto, más que a sus supuestos apetitos sexuales o a las acciones de sus pretorianos, pudo deberse a su escasa proclividad al reparto público de sestercios o a la organización de juegos, unido a haber abandonado Roma, para no volver, pasando en la isla de Capri los últimos años de su vida.
Reconstrucción de la Villa de Júpiter, principal residencia de Tiberio en Capri. |
Por su parte, la gens Claudia, a la que Tiberio pertenecía tanto por la vía paterna como por la materna, gozaba en Roma de una acreditada fama de arrogancia patricia, fama que Tiberio hizo poco por desmentir.
De entre las múltiples anécdotas que nos transmite Suetonio para ilustrar el carácter familiar, destaco a continuación una doble.
Un antepasado de Tiberio, estando al mando de una flota, observó que los pollos sagrados, soltados por la cubierta del barco para consultar el destino del inminente choque, se negaban a comer, lo que era un auspicio negativo. Así que ordenó arrojarlos al mar, sentenciando: "Si no quieren comer, que beban". La jornada acabó en desastre para los romanos, que ganaban casi todas las guerras, pero perdían bastantes batallas. Un tiempo después, una hermana de nuestro héroe se paseaba en carroza por Roma y la multitud en las calles frenaba su avance, ante lo que se le ocurrió decir a viva voz: "ojalá le dieran el mando de otra flota a mi hermano", con la clara pretensión de que una nueva matanza naval limpiase las calles de proletarios. A mí me parece una salida no exenta de ingenio, pero a sus conciudadanos les hizo más bien poca gracia, pues la juzgaron por delito de lesa majestad, lo que era "una innovación" para una mujer, nos aclara Suetonio.
Hay quien se explica la conducta de Tiberio, cuya vida un famoso autor describió como la historia de un resentimiento, por haberse forjado su carácter a través de una larga serie de decepciones emocionales.
Su padre, que se llamaba como él, pertenecía a una rama menor de los Claudios, y fue eligiendo, casi siempre mal, el bando con el que alinearse en aquella turbulenta época del fin de la República. Si empezó acertando al apostar por César, tras la muerte de este engarzó varias meteduras de patas consecutivas, al posicionarse al lado de los asesinos de aquel y después al de Marco Antonio en su lucha contra Octavio, el futuro Augusto.
Se puede decir que de todo eso se salvó la familia por la campana, pero no mucho después el pequeño Tiberio pudo asistir al enlace de su madre, Livia, embarazada de su hermano Druso, con Octavio, y todo ello con su ínclito padre oficiando de padrino.
Muerto el homónimo padre, Tiberio, aún un niño, pasa a residir en el hogar de Augusto y Livia, junto con Druso, a quien las malas lenguas atribuían una filiación biológica octaviana. Fuera el rumor cierto o no, lo que sí es verdad es que Augusto siempre prefirió a Druso, de carácter abierto, sobre el triste y reservado Tiberio.
También estuvo Tiberio del lado perdedor en el conflicto entre las facciones julia y claudia de la familia. Hizo falta que a Augusto se le murieran todos sus consanguíneos varones en edad de gobernar para que, muy a regañadientes, el marido de Livia eligiese a Tiberio como su sucesor, adoptándolo formalmente, aunque forzando a Tiberio a adoptar por su parte al hijo de Druso, Germánico, sobrino nieto de Augusto por vía materna (y además nieto de Marco Antonio).
Al final Germánico, cuya estrella brillaba demasiado para ser duradera, falleció antes de tiempo, siendo la causa probable un envenenamiento, auspiciado, a decir de algunas fuentes, por el mismo Tiberio. Fue un hijo de Germánico, al que se apodó desde su niñez Calígula, quien sucedería a su tío abuelo como tercer emperador romano.
Otra decepción que Tiberio sufrió, y que incluso puede hacer sentir algo de simpatía por el personaje, fue que se le obligase a divorciarse de su esposa Vipsania, a la que quería y que le había dado un hijo, Druso, el joven. Y todo ello para casarlo con Julia, la díscola hija de Augusto, a quien por contra detestaba. Así nos lo cuenta Suetonio:
"Contrajo matrimonio con Agripina, hija de Marco Agripa y nieta de Cecilio Ático, caballero romano a quien se hallan dirigidas unas cartas de Cicerón; pero aunque había tenido un hijo suyo, Druso, y a pesar de hallarse en perfecta armonía con él y de nuevo encinta, se vio obligado a repudiarla y a desposar acto seguido a Julia, la hija de Augusto, no sin un gran dolor, ya que estaba acostumbrado a Agripina y, además, desaprobaba las costumbres de Julia, pues había advertido que le deseaba incluso en vida de su anterior marido, como también pensaba todo el mundo. Sin embargo, a Agripina no sólo después del divorcio lamentó haberla repudiado, sino que, para una sola vez que la vio en un encuentro casual, la siguió con unos ojos tan alegres y tiernos que se tomaron precauciones para que nunca más volviera a aparecer en su presencia."
Si en algo destacó Tiberio fue como militar, sucediendo a Marco Agripa como el principal general de Augusto, obteniendo resonadas victorias tanto contra los germanos como contra los pueblos de Iliria y de la Panonia. Pero también era un buen administrador y un hombre culto, aunque con ciertas aficiones de dudosa racionalidad, como la astrología.
Fue después de una de esas victorias que Tiberio, de buenas a primeras, quizás hastiado de Julia, quizás de Augusto, quizás de ambos, dio la espantada y se largó a la isla de Rodas. Allí vivió la aparente vida de un ciudadano ordinario, al parecer con buena consideración de sus convecinos, e incluso con algún que otro gesto propio de tiempos políticos más modernos, como visitar a los enfermos del lugar, hasta que, tras el exilio de Julia, se le permitió regresar a Roma. Pero esa prolongada ausencia poco hizo por mejorar su buena prensa en la capital.
Se dice que antes de concederle el permiso para volver Augusto requirió la conformidad del mayor de sus nietos, Cayo César, su sucesor in pectore por aquellos tiempos. Y parece que en el ánimo de Cayo, quien no apreciaba mucho a Tiberio, pudo influir el consejo de su nuevo hombre de confianza, Publio Sulpicio Quirino, antiguo gobernador de Siria, y a quien la historia recuerda por haber ordenado un censo, supuesto motivo del viaje de una conocida familia de Nazaret a Belén.
De entre los sucedidos de la vida pública de Tiberio que nos cuenta Suetonio, recojo a continuación algunos de carácter más o menos jurídico.
"Por este motivo, cuando le legaron un cuadro de Parrasio en el que se veía a Atalanta complaciendo con la boca a Meleagro, dándole opción a recibir en su lugar un millón de sestercios si el tema le disgustaba, no sólo prefirió el cuadro, sino que lo hizo incluso colgar en su alcoba."
Tenemos aquí un legado alternativo en que la elección se atribuye expresamente al legatario y cuyo mayor comentario excedería de lo jurídico. Sin embargo, desconociendo la real cotización de un Parrasio, hay que suponerlo un pintor caro, con lo que la decisión de Tiberio pudo venir motivada por un interés no solo lúdico-festivo. Es sabido que el emperador era un destacado coleccionista de pintura y escultura.
"Por la misma época, al preguntarle un pretor si quería que se abrieran procesos contra los delitos de lesa majestad, respondió que debían ejecutarse las leyes, cosa que hizo con una crueldad extrema. Un individuo le había quitado la cabeza a una estatua de Augusto para ponerle la de otro personaje; el asunto se debatió en el Senado, y, como había dudas, se investigó recurriendo a la tortura. Una vez que el reo fue condenado, este tipo de acusaciones fue poco a poco ganando tanto terreno, que llegaron a ser sancionados con la pena capital delitos como los siguientes: haber abatido a un esclavo o cambiado de vestidura junto a una estatua de Augusto, haber entrado en un retrete o en un lupanar con una moneda o un anillo que llevara su imagen, o haber criticado alguna palabra o actuación suya."
No deja de resultar llamativo que entre los excesos judiciales que a Suetonio escandalizan esté el que se persiga a alguien por "haber abatido a un esclavo", no se sabe si propio o ajeno. Aunque quizás a lo que se refiera el autor es a haber abatido un esclavo junto a una estatua de Augusto, conducta que se equipara a la de cambiarse de ropa en el mismo lugar.
Era frecuente que, tras la denuncia por un delator, el acusado evitase el juicio ante el Senado poniendo fin a su vida. Tácito nos explica la razón de esta conducta, que tiene también un aspecto sucesorio: "Estas muertes buscadas eran efecto del miedo al verdugo, pues si a los condenados se les confiscaban los bienes y se les negaba la sepultura, los que tomaban tal decisión sobre sí mismos sabían que sus cuerpos serían sepultados y que se respetarían sus testamentos como premio al haberse adelantado."
Algunos autores plantean la carrera por la sucesión de Tiberio como la lucha entre dos cuñadas por hacer prevalecer a sus propios vástagos, Agripina, viuda de Germánico, y una hermana de este, Livila, viuda del hijo de Tiberio, Druso, el joven. Y entre las dos situaríamos al prefecto de pretorio, Sejano, enemigo declarado de la primera y amante de la segunda.
El sucesor inicialmente elegido por el propio Augusto, que obligó a Tiberio a adoptarlo, y claro preferido del pueblo romano, era Germánico, de cuya prematura muerte ya se ha hablado. Desde entonces se ha venido discutiendo sobre la real participación de Tiberio en la muerte de su sobrino e hijo adoptivo, aunque el juicio popular le fue claramente condenatorio. En todo caso, la estirpe de Germánico heredó de este el favor del pueblo, lo que en parte explica su aciago destino.
Un protagonista destacado de ese destino fue el prefecto del pretorio, Sejano, valido de Tiberio mientras este disfrutaba en Capri de un animado semiretiro. Sejano, que actuaba impulsado por la ambición de suceder a Tiberio, persiguió hasta la muerte a los hijos mayores de Germánico y a su viuda, Agripina, a quien Tiberio ya no tenía en mucha estima previa, tanto por su intempestiva reacción ante la muerte de su esposo como por recordarle demasiado en el carácter a su ex esposa Julia, de quien Agripina era hija. Pero Sejano compartió al fin una suerte común a quienes sirven a autócratas paranoicos, sobre todo si pretenden sustituirlos en el cargo. Los escabrosos detalles de su muerte y la de sus hijos pequeños me los voy a ahorrar, por apartarnos en exceso del tema y por no ser del todo aptos para espíritus sensibles, como el mío.
Busto de Cayo Julio César, hijo de Germánico y de la nieta de Augusto, Agripina, la mayor, conocido como Calígula o "botitas", apelativo que él mismo detestaba, no sin alguna razón. |
Germánico tenía un hermano varón, el famoso Claudio, a quien ni Tiberio ni nadie consideró seriamente para ocupar cargo alguno, fuera del de bufón sin sueldo, desprecio generalizado que se transformó en su mayor suerte. El nivel de aceptación que Claudio encontró en su familia se refleja en que su propia madre, Antonia, ejemplo de matrona romana, se refería a su hijo menor como un ser a medio hacer, no le dirigía la palabra y lo usaba de contraste general en la apreciación de la estupidez humana.
Pero aparte de la estirpe de Germánico participaba en el juego de la sucesión la del propio emperador.
Tiberio tuvo un hijo biológico, Druso, apodado "el joven" para distinguirlo de otros Drusos de la familia. Durante su no muy larga vida demostró no estar exento de cualidades, especialmente en los ámbitos diplomático y militar, aunque era muy aficionado a los banquetes y diversiones en general. Suetonio nos dice que no era del agrado de Tiberio por su vida disoluta, aunque lo cierto es que se le llegó a conferir por el Senado la potestad tribunicia a instancia de su padre, lo que equivalía a la consideración de sucesor designado. También relata Suetonio la frialdad en la reacción de Tiberio tras la muerte de su hijo, hasta el punto de que cuando un dignatario extranjero procedente del Asia menor le dio el pésame, el emperador le espetó que también le podría dar él el pésame por la muerte de un personaje de la Iliada. Pero esto, más que una muestra de indiferencia por la suerte de su hijo, lo era en realidad del espíritu estoico que el emperador profesaba.
Druso, el joven, tuvo, aparte de una hija, dos hijos, Tiberio Gemelo y Germánico Gemelo. Solo el primero sobrevivió a su abuelo, para ser después y según lo generalmente esperado despachado a instancias de Calígula. Aunque los rumores decían que los gemelos no eran en realidad hijos biológicos de Druso, sino de Sejano, que mantuvo relaciones adulterinas con la esposa de Druso, Livila. Cuenta así Suetonio que Tiberio despreciaba a su nieto Tiberio gemelo “como fruto de un adulterio", aunque en su testamento lo instituyó coheredero, lo que no fue para el beneficiario ningún regalo, como veremos a continuación.
“Llegó esto a conocimiento del
príncipe y por ello dudó acerca de a quién dejar el poder; primero entre sus
nietos, de los que un hijo de Druso le era más cercano por sangre y por afecto,
pero no había entrado aún en la pubertad; el hijo de Germánico tenía el vigor
de la juventud y el apoyo del pueblo, pero eso era para su abuelo motivo de
odio. También pensó en Claudio, que era de edad madura y amante del estudio,
pero lo detuvo su falta de inteligencia. Ahora bien, si buscaba un sucesor
fuera de su casa, temía que convirtiera la memoria de Augusto y el nombre de
los Césares en ocasión de escarnio e injurias; y es que no le preocupaba tanto
la popularidad. presente como el aprecio de la posteridad. Luego, incierto en
su ánimo y enfermo en su cuerpo abandonó al hado una decisión de la que se
sentía incapaz”.
Por su parte, Suetonio, como es habitual en él, se refiere al final de su vida de Tiberio al testamento de su biografiado del siguiente modo:
"Dos años antes había redactado su testamento en dos copias, una de su propia mano y la otra escrita por un liberto, pero ambas con el mismo contenido, y había hecho que estamparan en ellas su sello incluso personas de la más baja condición. En este testamento dejó como herederos en partes iguales a sus nietos Gayo y Tiberio, el primero por Germánico y el segundo por Druso, y los declaró herederos el uno del otro; dejó también legados a muchas personas, entre ellas a las vírgenes vestales, pero también a todos los soldados, a cada miembro de la plebe romana, e incluso a los inspectores de los barrios, en cláusula aparte."
Por tanto, los herederos designados fueron Gayo, esto es Calígula, y Tiberio Gemelo.
Si Tiberio hubiese seguido en su testamento la voluntad de Augusto, de forma coherente con lo que él mismo afirmaba era su principio básico de actuación, la elección de sucesor habría recaído en Calígula, como único hijo superviviente de Germánico, pues la intención declarada de Augusto fue la de que su sucesión terminase en esa línea familiar, que además gozaba del favor del pueblo.
Sin embargo, Tiberio se apartó parcialmente de la voluntad del primer emperador al instituir coherederos a Calígula y a su propio nieto, sin definir la situación entre ellos, aunque la incertidumbre pronto se resolvería por sí misma.
Así, tras la muerte del Tiberio, que Tácito y los que hemos visto Yo Claudio no dudamos en imputar a Calígula, este fue reconocido inmediatamente como sucesor por las fuerzas civiles y, lo que era más importante, por las militares en Roma.
Quedaba por salvar el problema del ambiguo testamento de Tiberio, para lo cual se acudió a su declaración de nulidad por el Senado, con el argumento de que Tiberio no habría testado de esa manera de haber estado en posesión de sus facultades al haber nombrado como cosucesor con Calígula a alguien sin edad suficiente para asumir dicho cargo (aunque debe decirse que Tiberio Gemelo había nacido en el año 17 A.D, con lo que tenía, al morir Tiberio, veinte años).
Así lo cuenta Dion Casio (Historia Romana. Libros L-LX. Biblioteca clásica Gredos):
Tenemos aquí un curioso caso de querella inofficiosi testamenti.
Pero el Senado no era un órgano judicial, sino político, y la decisión que tomó fue concorde con esa naturaleza.
Si el testamento de Tiberio hubiera sido anulado jurídicamente, lo que habría procedido era la apertura de su sucesión intestada, la cual hubiera vuelto a recaer en Calígula y en Tiberio Gemelo, además de en sus hermanas, pues las mujeres gozaban en Roma del derecho a heredar por ley a sus parientes en iguales términos que los varones. Pero de las fuentes se deduce que no fue eso lo que sucedió, sino que se transmitieron a Calígula tanto los cargos como el patrimonio de su tío abuelo, y fue Calígula el que se encargó de cumplir los legados ordenados en el testamento.
También se ha apuntado que las disposiciones testamentarias de Tiberio, más que a su "imperio", que es citado expresamente por Dion como objeto de la herencia, se debían referir a su patrimonio privado, por lo que no existía motivo para anular las disposiciones a favor de un menor.
Pero se argumenta por algún autor que todo ello debe situarse dentro de las fases iniciales del proceso de confusión entre el patrimonio del emperador y el del Estado, o de creación de un fisco como patrimonio vinculado al imperio, que en realidad no podía ser objeto de disposición por testamento.
Dice, así, P. A. Blunt ("El fisco y su evolución". Journal of Roman Studies. 1966):
"Cuando Tiberio hizo a Gayo y a su joven nieto, Tiberio Gemelo, coherederos, el senado en deferencia a Gayo quiso dejar el testamento a un lado para que Gayo pudiera heredar todo el patrimonio. El testamento de Claudio fue también anulado, quizás porque había dejado parte de su patrimonio a Británico. La anulación de los testamentos de Tiberio y Claudio puede considerarse razonablemente que no hacía más que ilustrar la tiranía de Gayo y Nerón. Es más significativo que posteriores emperadores parecen haber renunciado a la práctica de hacer testamento, incluso cuando podían confiar en la buena voluntad de sus sucesores. Al menos no tenemos registro de ningún emperador que hiciera testamento tras Claudio, excepto por una tardía y poco fiable afirmación en la Historia Augusta de que Pío sí lo hizo. Y de eso puede dudarse, considerando que Dion nos dice que Pertinax repartió todas sus pertenencias actuales entre sus hijos al tomar el cargo, como si no se sintiera libre de disponer por testamento, y que este testimonio presta credibilidad a otras afirmaciones de la Historia Augusta de que tanto Pío como Marco dispusieron a favor de sus hijos mediante donaciones inter vivos de bienes de su patrimonio personal, esto es, que no habían adquirido como emperadores. Esto sugiere que esa costumbre se había transformado en una regla por la cual los más responsables emperadores se consideraban vinculados, de que los ingresos procedentes de ese patrimonio, tan esencial para el mantenimiento del Estado, no podía ser distinguido de los ingresos que un emperador como tal disfrutaba. Ciertamente, Pertinax reconoció que el poseía el fisco como una fiducia, prohibiendo que se pusieran a su nombre las posesiones imperiales, las que había adquirido por ser emperador, y declarando que eran la común y pública posesión del Estado".
Así que parece que este divertimento mío sobre testamentos de emperadores romanos, como mucho, podrá llegar hasta Claudio, con lo que poco ya me queda.
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