domingo, 27 de noviembre de 2022

El testamento de Tiberio

Busto de Tiberio. 

"Era corpulento y robusto, de una estatura que sobrepasaba la normal; ancho de espaldas y de pecho, tenía también sus restantes miembros bien proporcionados y armoniosos de la cabeza a los pies; su mano izquierda era más ágil y fuerte que la derecha, de unas articulaciones tan firmes que podía taladrar con el dedo una manzana fresca y sana, o herir de un capirotazo en la cabeza a un niño, o incluso a un adolescente. Su tez era blanca, y se dejaba crecer bastante el cabello en el cogote, de suerte que le cubría incluso la nuca, lo que parecía ser en él un rasgo distintivo de la familia; tenía un rostro noble, aunque lleno de granos que le salían de repente, y unos ojos muy grandes, que, cosa extraordinaria, podían ver incluso de noche y en las tinieblas, pero por poco tiempo y nada más despertarse; después su vista se volvía a debilitar. Caminaba con la cabeza erguida y echada hacia atrás, de ordinario fruncido el entrecejo y casi siempre en silencio, sin cambiar ninguna o muy contadas palabras incluso con los que estaban a su lado, y aun éstas con una extrema lentitud y acompañándolas de un blando movimiento de sus dedos". Descripción de Tiberio. Suetonio. Los doce césares. Biblioteca Gredos.

 
Ahora que ya he cogido carrerilla, voy a ocuparme en en esta entrada del testamento del segundo de los emperadores romanos, Tiberio Claudio Nerón.

Una vez más mi fuente principal será el siempre entretenido Suetonio, con alguna aportación de Tácito, quizás menos glamuroso que aquel, pero también de ácido ingenio.

El relato de Suetonio abunda en detalles procaces. Aunque no nos engañemos. A la moral romana de entonces le preocupaba, más que lo que Tiberio hacía, a quien se lo hacía. Si los "pececitos" de su piscina en Capri hubieran sido esclavos, poco reproche público habría merecido su conducta.

Por otra parte, si el régimen que desencadenó César, instauró Augusto y consolidó para los siglos venideros Tiberio, era una autocracia militar, lo era con los escasos recursos policiales de la época y abarcando una extensión vastísima. 

Eso suponía que, por ejemplo, un rabino predicando por la Galilea y la Judea de entonces poco temor debía albergar a que una injerencia directa de Tiberio alterase el curso de tu vida. Otra cosa es que hicieras tú algo por tu cuenta para enfadar a los funcionarios romanos del lugar. Pero la presencia del César, como figura remota de autoridad, sí era sentida de modo general en todo el Imperio, de modo que, si un fariseo te enseñaba una moneda, sabías decir inmediatamente a quien representaba y sobre todo a quien debía ser entregada.

No gozaban de esta misma invisibilidad para el poder las clases altas romanas, principal objetivo del régimen.

Debe reconocerse, no obstante, que Tiberio, a diferencia de Calígula o incluso de Nerón, suscitó en los últimos años de su vida una general animadversión, no solo entre senadores y caballeros, sino entre la plebe romana.

Pero esto, más que a sus supuestos apetitos sexuales o a las acciones de sus pretorianos, pudo deberse a su escasa proclividad al reparto público de sestercios o a la organización de juegos, unido a haber abandonado Roma, para no volver, pasando en la isla de Capri los últimos años de su vida.


Reconstrucción de la Villa de Júpiter, principal residencia de Tiberio en Capri.

Por su parte, la gens Claudia, a la que Tiberio pertenecía tanto por la vía paterna como por la materna, gozaba en Roma de una acreditada fama de arrogancia patricia, fama que Tiberio hizo poco por desmentir. 

De entre las múltiples anécdotas que nos transmite Suetonio para ilustrar el carácter familiar, destaco a continuación una doble. 

Un antepasado de Tiberio, estando al mando de una flota, observó que los pollos sagrados, soltados por la cubierta del barco para consultar el destino del inminente choque, se negaban a comer, lo que era un auspicio negativo. Así que ordenó arrojarlos al mar, sentenciando: "Si no quieren comer, que beban". La jornada acabó en desastre para los romanos, que ganaban casi todas las guerras, pero perdían bastantes batallas. Un tiempo después, una hermana de nuestro héroe se paseaba en carroza por Roma y la multitud en las calles frenaba su avance, ante lo que se le ocurrió decir a viva voz: "ojalá le dieran el mando de otra flota a mi hermano", con la clara pretensión de que una nueva matanza naval limpiase las calles de proletarios. A mí me parece una salida no exenta de ingenio, pero a sus conciudadanos les hizo más bien poca gracia, pues la juzgaron por delito de lesa majestad, lo que era "una innovación" para una mujer, nos aclara Suetonio. 

Hay quien se explica la conducta de Tiberio, cuya vida un famoso autor describió como la historia de un resentimiento, por haberse forjado su carácter a través de una larga serie de decepciones emocionales.

Su padre, que se llamaba como él, pertenecía a una rama menor de los Claudios, y fue eligiendo, casi siempre mal, el bando con el que alinearse en aquella turbulenta época del fin de la República. Si empezó acertando al apostar por César, tras la muerte de este engarzó varias meteduras de patas consecutivas, al posicionarse al lado de los asesinos de aquel y después al de Marco Antonio en su lucha contra Octavio, el futuro Augusto. 

Se puede decir que de todo eso se salvó la familia por la campana, pero no mucho después el pequeño Tiberio pudo asistir al enlace de su madre, Livia, embarazada de su hermano Druso, con Octavio, y todo ello con su ínclito padre oficiando de padrino.


Busto de Livia Drusila, madre de Tiberio y esposa de Augusto. Se le ha atribuido una participación directa en el ascenso de su hijo al imperio, para lo habría usado sus amplios conocimientos en materia de venenos. Si verdaderamente fue así, Tiberio poco se lo agradeció, pues su relación con su madre se enfrió progresivamente tras llegar al poder, hasta el punto que ni siquiera asistió a su funeral. 

Muerto el homónimo padre, Tiberio, aún un niño, pasa a residir en el hogar de Augusto y Livia, junto con Druso, a quien las malas lenguas atribuían una filiación biológica octaviana. Fuera el rumor cierto o no, lo que sí es verdad es que Augusto siempre prefirió a Druso, de carácter abierto, sobre el triste y reservado Tiberio.

También estuvo Tiberio del lado perdedor en el conflicto entre las facciones julia y claudia de la familia. Hizo falta que a Augusto se le murieran todos sus consanguíneos varones en edad de gobernar para que, muy a regañadientes, el marido de Livia eligiese a Tiberio como su sucesor, adoptándolo formalmente, aunque forzando a Tiberio a adoptar por su parte al hijo de Druso, Germánico, sobrino nieto de Augusto por vía materna (y además nieto de Marco Antonio).


Detalle del Ara Pacis en Roma. Al centro se ve a Druso, hermano de Tiberio, mirando fijamente a su esposa, Antonia, la menor, hija Marco Antonio y de Octavia, hermana de Augusto. Antonia coge de la mano a su hijo Germánico. Entre Druso y Antonia, Octavia hace un gesto de silencio. 

Al final Germánico, cuya estrella brillaba demasiado para ser duradera, falleció antes de tiempo, siendo la causa probable un envenenamiento, auspiciado, a decir de algunas fuentes, por el mismo Tiberio. Fue un hijo de Germánico, al que se apodó desde su niñez Calígula, quien sucedería a su tío abuelo como tercer emperador romano.

Otra decepción que Tiberio sufrió, y que incluso puede hacer sentir algo de simpatía por el personaje, fue que se le obligase a divorciarse de su esposa Vipsania, a la que quería y que le había dado un hijo, Druso, el joven. Y todo ello para casarlo con Julia, la díscola hija de Augusto, a quien por contra detestaba. Así nos lo cuenta Suetonio:

"Contrajo matrimonio con Agripina, hija de Marco Agripa y nieta de Cecilio Ático, caballero romano a quien se hallan dirigidas unas cartas de Cicerón; pero aunque había tenido un hijo suyo, Druso, y a pesar de hallarse en perfecta armonía con él y de nuevo encinta, se vio obligado a repudiarla y a desposar acto seguido a Julia, la hija de Augusto, no sin un gran dolor, ya que estaba acostumbrado a Agripina y, además, desaprobaba las costumbres de Julia, pues había advertido que le deseaba incluso en vida de su anterior marido, como también pensaba todo el mundo. Sin embargo, a Agripina no sólo después del divorcio lamentó haberla repudiado, sino que, para una sola vez que la vio en un encuentro casual, la siguió con unos ojos tan alegres y tiernos que se tomaron precauciones para que nunca más volviera a aparecer en su presencia."

Busto de Vipsania Agripina, hija de Marco Agripa, el general de Augusto, y primera esposa de Tiberio. Tras su divorcio forzoso, contrajo nuevo matrimonio con Gayo Asilio Galo, del que tuvo cinco hijos. Con el tiempo, Tiberio envió a Gayo a prisión, donde se le dejó morir de hambre.

Si en algo destacó Tiberio fue como militar, sucediendo a Marco Agripa como el principal general de Augusto, obteniendo resonadas victorias tanto contra los germanos como contra los pueblos de Iliria y de la Panonia. Pero también era un buen administrador y un hombre culto, aunque con ciertas aficiones de dudosa racionalidad, como la astrología.

Fue después de una de esas victorias que Tiberio, de buenas a primeras, quizás hastiado de Julia, quizás de Augusto, quizás de ambos, dio la espantada y se largó a la isla de Rodas. Allí vivió la aparente vida de un ciudadano ordinario, al parecer con buena consideración de sus convecinos, e incluso con algún que otro gesto propio de tiempos políticos más modernos, como visitar a los enfermos del lugar, hasta que, tras el exilio de Julia, se le permitió regresar a Roma. Pero esa prolongada ausencia poco hizo por mejorar su buena prensa en la capital.

Se dice que antes de concederle el permiso para volver Augusto requirió la conformidad del mayor de sus nietos, Cayo César, su sucesor in pectore por aquellos tiempos. Y parece que en el ánimo de Cayo, quien no apreciaba mucho a Tiberio, pudo influir el consejo de su nuevo hombre de confianza, Publio Sulpicio Quirino, antiguo gobernador de Siria, y a quien la historia recuerda por haber ordenado un censo, supuesto motivo del viaje de una conocida familia de Nazaret a Belén.

Busto de Cayo César, príncipe de la juventud, hijo de Marco Agripa y de Julia, la hija de Augusto. Augusto había adoptado formalmente a su nieto, quien murió solo con veintitrés años, corriendo entonces rumores sobre la posible contribución de Livia al fatal suceso. 

De entre los sucedidos de la vida pública de Tiberio que nos cuenta Suetonio, recojo a continuación algunos de carácter más o menos jurídico.

El primero que transcribo se refiere al comportamiento de Tiberio con su ex esposa Julia:

"No mostró un ápice de consideración, ni siquiera de humanidad, que es lo mínimo que se puede tener, para con su mujer Julia una vez que fue relegada; antes bien, aunque se hallaba ya por orden de su padre confinada en una ciudad le prohibió además salir de casa y gozar de la compañía de los hombres; incluso la despojó del peculio que su padre le había concedido y de las rentas anuales que le proporcionaba, so pretexto de que debía aplicársele el derecho común, puesto que Augusto no había previsto nada a este respecto en su testamento."

Augusto había desterrado de Roma a su única hija, Julia, teóricamente por su comportamiento escandaloso, que infringía las leyes sobre moralidad pública que el propio Augusto había promulgado, aunque no cumplido. Como resulta de lo transcrito, Augusto concedió a Julia un patrimonio propio y unas rentas anuales, pero en su testamento nada dejó en beneficio de su hija, lo que dio a Tiberio la excusa para privar a Julia de sus ingresos, hasta que esta murió de inanición. 

En nuestro derecho civil común se recoge dentro de la regulación del legado de alimentos (artículo 879 del Código Civil) lo siguiente: 

"El legado de educación dura hasta que el legatario sea mayor de edad.

El de alimentos dura mientras viva el legatario, si el testador no dispone otra cosa.

Si el testador no hubiere señalado cantidad para estos legados, se fijará según el estado y condición del legatario y el importe de la herencia.

Si el testador acostumbró en vida dar al legatario cierta cantidad de dinero u otras cosas por vía de alimentos, se entenderá legada la misma cantidad, si no resultare en notable desproporción con la cuantía de la herencia."

Aunque una interpretación aislada y literal del último párrafo de esta norma podría hacernos pensar que basta con que el testador haya tenido la costumbre de dar en vida cierta pensión o renta a una persona para que esta tuviera derecho a reclamar la misma prestación de sus herederos, en realidad, el último párrafo del artículo 879 del Código Civil debe interpretarse en relación con el resto del artículo y la cantidad que el testador acostumbró a dar en vida al "legatario" solo sirve para cuantificar el importe del legado de alimentos recogido en el testamento, aunque indeterminado en su cuantía. Por eso, la solución de este caso conforme a nuestro derecho civil sería la misma que siguió Tiberio, cuestiones de humanidad al margen.

En otro caso, Suetonio, después de entretenerse un rato con las depravadas costumbres del anciano emperador, y advertir que de otras hazañas similares ni él mismo se atrevía a hablar, nos dice lo siguiente:

"Por este motivo, cuando le legaron un cuadro de Parrasio en el que se veía a Atalanta complaciendo con la boca a Meleagro, dándole opción a recibir en su lugar un millón de sestercios si el tema le disgustaba, no sólo prefirió el cuadro, sino que lo hizo incluso colgar en su alcoba."

Tenemos aquí un legado alternativo en que la elección se atribuye expresamente al legatario y cuyo mayor comentario excedería de lo jurídico. Sin embargo, desconociendo la real cotización de un Parrasio, hay que suponerlo un pintor caro, con lo que la decisión de Tiberio pudo venir motivada por un interés no solo lúdico-festivo. Es sabido que el emperador era un destacado coleccionista de pintura y escultura.

En el siguiente párrafo nos ofrece Suetonio un atisbo del régimen de terror político que instauró Tiberio en los últimos años de su reinado:

"Por la misma época, al preguntarle un pretor si quería que se abrieran procesos contra los delitos de lesa majestad, respondió que debían ejecutarse las leyes, cosa que hizo con una crueldad extrema. Un individuo le había quitado la cabeza a una estatua de Augusto para ponerle la de otro personaje; el asunto se debatió en el Senado, y, como había dudas, se investigó recurriendo a la tortura. Una vez que el reo fue condenado, este tipo de acusaciones fue poco a poco ganando tanto terreno, que llegaron a ser sancionados con la pena capital delitos como los siguientes: haber abatido a un esclavo o cambiado de vestidura junto a una estatua de Augusto, haber entrado en un retrete o en un lupanar con una moneda o un anillo que llevara su imagen, o haber criticado alguna palabra o actuación suya."

No deja de resultar llamativo que entre los excesos judiciales que a Suetonio escandalizan esté el que se persiga a alguien por "haber abatido a un esclavo", no se sabe si propio o ajeno. Aunque quizás a lo que se refiera el autor es a haber abatido un esclavo junto a una estatua de Augusto, conducta que se equipara a la de cambiarse de ropa en el mismo lugar.

Era frecuente que, tras la denuncia por un delator, el acusado evitase el juicio ante el Senado poniendo fin a su vida. Tácito nos explica la razón de esta conducta, que tiene también un aspecto sucesorio: "Estas muertes buscadas eran efecto del miedo al verdugo, pues si a los condenados se les confiscaban los bienes y se les negaba la sepultura, los que tomaban tal decisión sobre sí mismos sabían que sus cuerpos serían sepultados y que se respetarían sus testamentos como premio al haberse adelantado." 

En la elección de sucesor, Tiberio afrontó diversas dificultades propias de los tiempos y de su desconfiado carácter.

Algunos autores plantean la carrera por la sucesión de Tiberio como la lucha entre dos cuñadas por hacer prevalecer a sus propios vástagos, Agripina, viuda de Germánico, y una hermana de este, Livila, viuda del hijo de Tiberio, Druso, el joven. Y entre las dos situaríamos al prefecto de pretorio, Sejano, enemigo declarado de la primera y amante de la segunda.

El sucesor inicialmente elegido por el propio Augusto, que obligó a Tiberio a adoptarlo, y claro preferido del pueblo romano, era Germánico, de cuya prematura muerte ya se ha hablado. Desde entonces se ha venido discutiendo sobre la real participación de Tiberio en la muerte de su sobrino e hijo adoptivo, aunque el juicio popular le fue claramente condenatorio. En todo caso, la estirpe de Germánico heredó de este el favor del pueblo, lo que en parte explica su aciago destino.

Un protagonista destacado de ese destino fue el prefecto del pretorio, Sejano, valido de Tiberio mientras este disfrutaba en Capri de un animado semiretiro. Sejano, que actuaba impulsado por la ambición de suceder a Tiberio, persiguió hasta la muerte a los hijos mayores de Germánico y a su viuda, Agripina, a quien Tiberio ya no tenía en mucha estima previa, tanto por su intempestiva reacción ante la muerte de su esposo como por recordarle demasiado en el carácter a su ex esposa Julia, de quien Agripina era hija. Pero Sejano compartió al fin una suerte común a quienes sirven a autócratas paranoicos, sobre todo si pretenden sustituirlos en el cargo. Los escabrosos detalles de su muerte y la de sus hijos pequeños me los voy a ahorrar, por apartarnos en exceso del tema y por no ser del todo aptos para espíritus sensibles, como el mío.

Agripina, la mayor, esposa de Germánico, hija de Marco Agripa y Julia y nieta de Augusto. Nunca olvidó ni permitió que nadie olvidara sus ilustres orígenes, lo que quizás no fue la mejor estrategia al tratar con Tiberio.

Y por otra parte estaba Calígula, otro hijo de Germánico, quien, a diferencia de sus hermanos mayores y de su madre, llegó a sobrevivir a Tiberio, a lo cual le ayudó su carácter servil y taimado. Esta particular forma de ser, que Suetonio resumió con el dicho "fue el mejor esclavo y el peor amo", le permitió compartir morada con su tío abuelo en Capri durante años sin pronunciar ni media palabra sobre el destino de los suyos y participando sin rubor en los juegos eróticos del emperador. El propio Tiberio no se engañaba sobre la personalidad de su futuro sucesor cuando afirmó que estaba criando a una hidra para el pueblo que mataría su coheredero y sería matado por otro, lo que resultó ser una profecía acertada.

Busto de Cayo Julio César, hijo de Germánico y de la nieta de Augusto, Agripina, la mayor, conocido como Calígula o "botitas", apelativo que él mismo detestaba, no sin alguna razón.

Germánico tenía un hermano varón, el famoso Claudio, a quien ni Tiberio ni nadie consideró seriamente para ocupar cargo alguno, fuera del de bufón sin sueldo, desprecio generalizado que se transformó en su mayor suerte. El nivel de aceptación que Claudio encontró en su familia se refleja en que su propia madre, Antonia, ejemplo de matrona romana, se refería a su hijo menor como un ser a medio hacer, no le dirigía la palabra y lo usaba de contraste general en la apreciación de la estupidez humana. 

Pero aparte de la estirpe de Germánico participaba en el juego de la sucesión la del propio emperador. 

Tiberio tuvo un hijo biológico, Druso, apodado "el joven" para distinguirlo de otros Drusos de la familia. Durante su no muy larga vida demostró no estar exento de cualidades, especialmente en los ámbitos diplomático y militar, aunque era muy aficionado a los banquetes y diversiones en general. Suetonio nos dice que no era del agrado de Tiberio por su vida disoluta, aunque lo cierto es que se le llegó a conferir por el Senado la potestad tribunicia a instancia de su padre, lo que equivalía a la consideración de sucesor designado. También relata Suetonio la frialdad en la reacción de Tiberio tras la muerte de su hijo, hasta el punto de que cuando un dignatario extranjero procedente del Asia menor le dio el pésame, el emperador le espetó que también le podría dar él el pésame por la muerte de un personaje de la Iliada. Pero esto, más que una muestra de indiferencia por la suerte de su hijo, lo era en realidad del espíritu estoico que el emperador profesaba.


Busto de Druso, el joven, hijo de Tiberio y Vipsania. Los rumores atribuyeron su muerte a las malas artes de su esposa Livila, una hermana de Germánico, en connivencia con su amante, el prefecto del pretorio, Sejano.

Druso, el joven, tuvo, aparte de una hija, dos hijos, Tiberio Gemelo y Germánico Gemelo. Solo el primero sobrevivió a su abuelo, para ser después y según lo generalmente esperado despachado a instancias de Calígula. Aunque los rumores decían que los gemelos no eran en realidad hijos biológicos de Druso, sino de Sejano, que mantuvo relaciones adulterinas con la esposa de Druso, Livila. Cuenta así Suetonio que Tiberio despreciaba a su nieto Tiberio gemelo “como fruto de un adulterio", aunque en su testamento lo instituyó coheredero, lo que no fue para el beneficiario ningún regalo, como veremos a continuación.

Livila, hermana de Germánico, esposa de Druso, el joven, y amante de Sejano. En el pliegue de su manto están representados sus dos hijos gemelos, Tiberio César y Germánico César. Tras la caída de Sejano, se descubrió la participación de Livila en el complot que acabó con la vida de su esposo. Tiberio encargó del castigo a la propia madre de Livila, Antonia, quien dejó morir a su hija de hambre.

Pasemos ya al tema del testamento.

Tiberio otorgó su testamento en el año 35 de nuestra era, estando ya próximo al final de su vida (murió en el año 37 A.D).

Tácito, sin referirse directamente al testamento, sí lo hace a las dudas del emperador para elegir sucesor, que le fueron al final irresolubles. Según su relato, parece que, en un momento de debilidad, llegó incluso a pensar en Claudio, aunque pronto desechó la ocurrencia. Después de contarnos que el nuevo prefecto del pretorio, Macrón, había usado de los favores de su mujer para atraerse a Calígula, dice Tácito lo siguiente (Cornelio Tácito. Anales. Libro VI. Biblioteca clásica Gredos):

“Llegó esto a conocimiento del príncipe y por ello dudó acerca de a quién dejar el poder; primero entre sus nietos, de los que un hijo de Druso le era más cercano por sangre y por afecto, pero no había entrado aún en la pubertad; el hijo de Germánico tenía el vigor de la juventud y el apoyo del pueblo, pero eso era para su abuelo motivo de odio. También pensó en Claudio, que era de edad madura y amante del estudio, pero lo detuvo su falta de inteligencia. Ahora bien, si buscaba un sucesor fuera de su casa, temía que convirtiera la memoria de Augusto y el nombre de los Césares en ocasión de escarnio e injurias; y es que no le preocupaba tanto la popularidad. presente como el aprecio de la posteridad. Luego, incierto en su ánimo y enfermo en su cuerpo abandonó al hado una decisión de la que se sentía incapaz”.

Por su parte, Suetonio, como es habitual en él, se refiere al final de su vida de Tiberio al testamento de su biografiado del siguiente modo:

"Dos años antes había redactado su testamento en dos copias, una de su propia mano y la otra escrita por un liberto, pero ambas con el mismo contenido, y había hecho que estamparan en ellas su sello incluso personas de la más baja condición. En este testamento dejó como herederos en partes iguales a sus nietos Gayo y Tiberio, el primero por Germánico y el segundo por Druso, y los declaró herederos el uno del otro; dejó también legados a muchas personas, entre ellas a las vírgenes vestales, pero también a todos los soldados, a cada miembro de la plebe romana, e incluso a los inspectores de los barrios, en cláusula aparte." 

Por tanto, los herederos designados fueron Gayo, esto es Calígula, y Tiberio Gemelo.

Si Tiberio hubiese seguido en su testamento la voluntad de Augusto, de forma coherente con lo que él mismo afirmaba era su principio básico de actuación, la elección de sucesor habría recaído en Calígula, como único hijo superviviente de Germánico, pues la intención declarada de Augusto fue la de que su sucesión terminase en esa línea familiar, que además gozaba del favor del pueblo.

Sin embargo, Tiberio se apartó parcialmente de la voluntad del primer emperador al instituir coherederos a Calígula y a su propio nieto, sin definir la situación entre ellos, aunque la incertidumbre pronto se resolvería por sí misma.

Así, tras la muerte del Tiberio, que Tácito y los que hemos visto Yo Claudio no dudamos en imputar a Calígula, este fue reconocido inmediatamente como sucesor por las fuerzas civiles y, lo que era más importante, por las militares en Roma.

Quedaba por salvar el problema del ambiguo testamento de Tiberio, para lo cual se acudió a su declaración de nulidad por el Senado, con el argumento de que Tiberio no habría testado de esa manera de haber estado en posesión de sus facultades al haber nombrado como cosucesor con Calígula a alguien sin edad suficiente para asumir dicho cargo (aunque debe decirse que Tiberio Gemelo había nacido en el año 17 A.D, con lo que tenía, al morir Tiberio, veinte años).

Así lo cuenta Dion Casio (Historia Romana. Libros L-LX. Biblioteca clásica Gredos):

"Le sucedió Cayo, el hijo de Germánico y Agripina, al que también llamaban, como ya dije, Germánico o Calígula. Pero Tiberio también había dejado el imperio a su nieto Tiberio. Cayo, que por medio de Macrón remitió el testamento del emperador al Senado, hizo que los cónsules y los otros senadores con los que había preparado la operación lo declararan nulo. Lo consideraron redactado por alguien que había perdido el juicio porque otorgaba el gobierno a un niño al que ni siquiera le estaba permitido entrar en el Senado. De esta manera logró apartarlo inmediatamente del imperio. Después lo adoptó y a continuación lo mató, aunque Tiberio incluyó esta disposición sobre la herencia en muchas partes de su testamento, como si hubiera de ser válida por el mero hecho de haberla escrito y aunque en aquel tiempo todas aquellas disposiciones fueron leídas por Macrón en el Senado. En verdad, ninguna de sus recomendaciones pudo mantenerse en vigor contra la desconsideración y el poder de sus sucesores. Tiberio sufrió el mismo tratamiento que le había otorgado a su madre, salvo en un aspecto. Mientras que Tiberio no entregó nada a nadie de los que figuraban en el testamento de ella, todo lo que él había dejado se entregó a sus beneficiarios, beneficiarios, excepto a su nieto. Y así quedó absolutamente claro que toda la refutación del testamento se había maquinado en razón de aquel niño. Ciertamente, Cayo podría no haberlo hecho público —pues él conocía su contenido de manera aproximada—, pero, como muchos otros también lo conocían y como parecía probable que él mismo o el Senado debieran cargar con aquella responsabilidad, responsabilidad, prefirió que fuera el Senado quien lo anulara a tenerlo que anular él mismo. Además, al hacer entrega de todo lo que Tiberio había dejado en herencia a los demás beneficiarios como si fuera una donación propia, se ganó cierta fama de generoso ante el pueblo."

Tenemos aquí un curioso caso de querella inofficiosi testamenti.

Pero el Senado no era un órgano judicial, sino político, y la decisión que tomó fue concorde con esa naturaleza. 

Si el testamento de Tiberio hubiera sido anulado jurídicamente, lo que habría procedido era la apertura de su sucesión intestada, la cual hubiera vuelto a recaer en Calígula y en Tiberio Gemelo, además de en sus hermanas, pues las mujeres gozaban en Roma del derecho a heredar por ley a sus parientes en iguales términos que los varones. Pero de las fuentes se deduce que no fue eso lo que sucedió, sino que se transmitieron a Calígula tanto los cargos como el patrimonio de su tío abuelo, y fue Calígula el que se encargó de cumplir los legados ordenados en el testamento.

También se ha apuntado que las disposiciones testamentarias de Tiberio, más que a su "imperio", que es citado expresamente por Dion como objeto de la herencia, se debían referir a su patrimonio privado, por lo que no existía motivo para anular las disposiciones a favor de un menor. 

Pero se argumenta por algún autor que todo ello debe situarse dentro de las fases iniciales del proceso de confusión entre el patrimonio del emperador y el del Estado, o de creación de un fisco como patrimonio vinculado al imperio, que en realidad no podía ser objeto de disposición por testamento. 

Dice, así, P. A. Blunt ("El fisco y su evolución". Journal of Roman Studies. 1966):

"Cuando Tiberio hizo a Gayo y a su joven nieto, Tiberio Gemelo, coherederos, el senado en deferencia a Gayo quiso dejar el testamento a un lado para que Gayo pudiera heredar todo el patrimonio. El testamento de Claudio fue también anulado, quizás porque había dejado parte de su patrimonio a Británico. La anulación de los testamentos de Tiberio y Claudio puede considerarse razonablemente que no hacía más que ilustrar la tiranía de Gayo y Nerón. Es más significativo que posteriores emperadores parecen haber renunciado a la práctica de hacer testamento, incluso cuando podían confiar en la buena voluntad de sus sucesores. Al menos no tenemos registro de ningún emperador que hiciera testamento tras Claudio, excepto por una tardía y poco fiable afirmación en la Historia Augusta de que Pío sí lo hizo. Y de eso puede dudarse, considerando que Dion nos dice que Pertinax repartió todas sus pertenencias actuales entre sus hijos al tomar el cargo, como si no se sintiera libre de disponer por testamento, y que este testimonio presta credibilidad a otras afirmaciones de la Historia Augusta de que tanto Pío como Marco dispusieron a favor de sus hijos mediante donaciones inter vivos de bienes de su patrimonio personal, esto es, que no habían adquirido como emperadores. Esto sugiere que esa costumbre se había transformado en una regla por la cual los más responsables emperadores se consideraban vinculados, de que los ingresos procedentes de ese patrimonio, tan esencial para el mantenimiento del Estado, no podía ser distinguido de los ingresos que un emperador como tal disfrutaba. Ciertamente, Pertinax reconoció que el poseía el fisco como una fiducia, prohibiendo que se pusieran a su nombre las posesiones imperiales, las que había adquirido por ser emperador, y declarando que eran la común y pública posesión del Estado".

Así que parece que este divertimento mío sobre testamentos de emperadores romanos, como mucho, podrá llegar hasta Claudio, con lo que poco ya me queda.

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