jueves, 22 de diciembre de 2022

El testamento de Claudio.

Busto de Claudio.

"Su figura no carecía de prestancia ni de nobleza, pero eso cuando estaba de pie o sentado, y especialmente cuando descansaba, pues era un hombre alto y corpulento, de bello aspecto y hermosos cabellos blancos, dotado de un poderoso cuello; sin embargo, al caminar, las rodillas le flaqueaban, pues las tenía débiles, y cuando desarrollaba cualquier actividad, de recreo o en serio, muchos defectos le afeaban: una risa inconveniente, una cólera aún más indecorosa, que llenaba de espuma su boca dilatada y le humedecía las narices, un hablar entrecortado, y un temblequeo de cabeza que, aun siendo constante, se acentuaba mucho más al menor gesto"Suetonio. Vidas de los doce Césares II. Biblioteca Clásica Gredos. Gredos. Edición de Kindle.

Y para poner fin a esta serie que tanto me ha entretenido toca ocuparse en esta entrada del testamento del penúltimo de los emperadores de la dinastía julio-claudia, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico, que ha pasado a nuestra posteridad con el solo nombre de Claudio.

Lo de "germánico" lo heredaron él y su hermano mayor de su padre, Druso, fallecido por las complicaciones derivadas de la caída de un caballo durante sus campañas contra los germanos. Druso fue el segundo de los hijos de Livia, la conocida esposa del primer emperador, Augusto.

Viendo el otro día en youtube uno de los primeros capítulos de la famosa serie de la BBC sobre nuestro protagonista, famosa al menos para los de mi generación y basada en el bestseller de Robert Graves, comprobé que, puestos a imputar a Livia todos los fallecimientos de la familia, también se la implicaba en el de su hijo Druso. Yo allí no estaba, pero quizás esto ya sea pasarse. Aunque lo cierto es que Suetonio sí recoge un rumor según el cual fue el mismo Augusto el responsable de la inopinada muerte de Druso, al parecer preocupado por las tendencias republicanas de su hijastro. En realidad, ninguna muerte era del todo inopinada en el mundo pre-antibióticos. El propio autor nos aclara inmediatamente que tales rumores eran infundados y que Augusto siempre tuvo afecto por Druso, sentimiento que contrastaba con el que pudo tener por su otro hijastro, Tiberio, aunque terminase por puro descarte nombrando a este último su sucesor. Incluso existieron en la época habladurías, aquí probablemente con mejor base, que atribuían a Augusto la paternidad biológica de Druso, pues este nació solo tres meses después del matrimonio entre el por entonces Octavio y una embarazadísima, Livia.

Suetonio cuenta que el cadáver de Druso fue trasladado a Roma "por personajes principales de los municipios y de las colonias, confiado a las decurias de escribas que salieron a su encuentro, y enterrado en el Campo de Marte". Este papel de los escribas en el funeral de un destacado miembro de la casa imperial es signo de su relevante posición en la estructura del Estado romano como corporación de altos funcionarios. 

Por alguna razón, Claudio se encontró casi desde su nacimiento con el desprecio generalizado de su familia, que tendía a ocultar su existencia cual secreto vergonzoso. Suetonio recoge las palabras de su madre, Antonia, quien, siendo cierto que tuvo fama de virtuosa y de franca, quizás se pasó de sincera cuando dijo de su hijo pequeño: "era un engendro humano que la naturaleza había dejado sin terminar, y, cuando quería tachar a alguien de estúpido, decía que era más tonto que su hijo Claudio".

Busto de Antonia, la menor, hija de Marco Antonio y de Octavia, la hermana de Augusto, esposa de Druso, madre de Germánico y de Claudio, y también de Livila. Un ejemplo de su carácter lo dio el que Tiberio le encargase del castigo de su propia hija, Livila, a la que dejó morir de inanición en su casa.

Digo que este desprecio por sus cualidades es llamativo, pues consta que Claudio fue un hombre inteligente y, desde niño, estudioso, llegando a ser un reputado erudito en varios campos, entre ellos la historia, aunque todas sus obras se hayan perdido. Modernamente se ha discutido qué le pasaba realmente a Claudio, fuera de alguna limitación física, que parece ser que tampoco era tan destacada, y de ciertas dificultades en el habla, a las que sin duda pudo contribuir el desfavorable ambiente familiar en que se desarrolló. Una de las opiniones es que sufriese la llamada "enfermedad de Little", una afección neurológica, derivada habitualmente de complicaciones en el parto, que condicionaría su apariencia y le llevaría a ocasionales comportamientos extraños, varios de los cuales nos los relata Suetonio.

También está por ver que él mismo, al menos llegado cierto momento de su vida, no fomentase esta imagen de limitación, lo que le pudo venir muy bien, por ejemplo, para sobrevivir al reinado de su sobrino, Calígula. Algún historiador moderno incluso defiende que la versión que se nos ha dado del acceso de Claudio al poder, encontrándoselo por puro azar uno de los miembros de la banda de pretorianos que había perpetrado el previo tiranicidio, escondido y temblando detrás de una cortina, no se adapta del todo bien a los acontecimientos, siendo más probable que Claudio tuviese alguna participación en el complot que acabó con la vida de su antecesor.

Otra de las comentadas rarezas de Claudio era la estrechez de sus gustos amorosos, al centrarse únicamente en el sector femenino, conducta inusitada para la mayoría de sus contemporáneos. En palabras de un extrañado Suetonio: "Sentía una extraordinaria pasión por las mujeres, y no tuvo ninguna relación homosexual". Y lo peor era que, siendo todo un mujeriego, sintió real afecto por la mayoría de sus parejas, lo que le granjeó fama de hombre manejado por las mujeres y traicionado en última instancia por ellas.

Ciertamente, alguno de los comportamientos amatorios de Claudio bordearían los vigentes Códigos penales, pues se casó, ya cumplidos los cincuenta, con la notable Mesalina, de solo catorce. Pero la mentalidad de entonces no era la ahora en la valoración de las capacidades maritales de una pre-adolescente. Más bien lo que sorprendía a sus coetáneos era la supuesta debilidad de Claudio frente a sus jóvenes  parejas.

Lo que sí tiene sentido, tanto entonces como ahora, es que la diferencia de edad con sus esposas no fomentara precisamente la pasión de estas por un cónyuge tan entrado en años, aunque el matrimonio con Mesalina llegó a ser fructífero, cuestiones de ADN al margen.


Mesalina llevando en brazos a su hijo, Británico.

A Claudio le encantaban la comida, el vino, las mujeres, el juego de dados, llegando a escribir un tratado sobre la materia, y las luchas de gladiadores. Dice de esto último Suetonio:

"Era cruel y sanguinario por naturaleza, como demostró en los asuntos de importancia y en los de menor trascendencia. Hacía aplicar inmediatamente la tortura en los interrogatorios y los castigos de los parricidas y exigía que se hiciera ante su vista. Un día, en Tíbur, deseó contemplar un suplicio según la antigua costumbre, y al ver que no había verdugo cuando ya los condenados estaban atados al palo, le hizo venir de Roma y le estuvo esperando hasta el anochecer. En todos los combates de gladiadores, patrocinados por él o por otra persona, mandaba degollar incluso a los que habían caído por casualidad, especialmente a los reciarios, para verles la cara mientras expiraban. Un día en que una pareja de gladiadores se dieron muerte entre sí, ordenó fabricar de inmediato con las espadas de ambos unos cuchillos pequeños para su uso personal. Le gustaban tanto los gladiadores que combaten con fieras y los que luchan a mediodía, que bajaba al espectáculo al amanecer y permanecía en su asiento al mediodía, tras haber dado permiso al pueblo para que saliera a almorzar, y, además de los gladiadores previstos, enfrentaba también, de improviso y por un motivo insignificante, a otros individuos, incluso operarios, ayudantes y personas de este jaéz, si una máquina automática, un andamio o algún otro artefacto por el estilo había tenido algún fallo. Hasta hizo bajar a la arena a uno de sus nomencladores tal como estaba, vestido con la toga."

Esta afición la confirma Dion Casio que dice: "Constantemente organizaba juegos de gladiadores. Tanto le apasionaban que recibió algunas críticas por eso. Muy pocas bestias mataron pero, en cambio, muchos hombres perecieron luchando entre sí o devorados por las fieras."

Puede afirmarse que Claudio distaba de ser el intelectual bonachón que nos ha pintado la televisión. Sin duda era asustadizo, pero también muy capaz de crueldad y de ira. Según las cuentas de Suetonio, habría hecho ejecutar a treinta y cinco senadores y a más de trescientos caballeros, y eso solo durante el tiempo en que estuvo casado con Mesalina. Quizás la comparación con su antecesor y con su sucesor en el trono haya contribuido a su moderna imagen moderada, que tampoco es totalmente inmerecida. 

La valoración de su reinado mejora sustancialmente si nos olvidamos de los aspectos más personales. Así, destacó en materia de obras públicas, equipando a la ciudad con nuevos acueductos y remodelando totalmente el puerto de Ostia, con la finalidad principal de garantizar los suministros de trigo a Roma a través del Tíber

También tuvo éxitos en el campo militar, pasando a la historia como conquistador de Britania, lo que le concedió un triunfo en Roma y el sobrenombre que transmitió a su hijo. 


Sestercio de la época de Nerón en donde se representa el puerto artificial de Ostia, construido en la época de Claudio, aunque se terminase en la de su sucesor, con sus diques y barcos de diferentes tamaños.

Para dotar de algo de enjundia a la entrada, me ocupo a continuación de alguna de las anécdotas de carácter legal protagonizadas por Claudio, según nos las han transmitido los autores clásicos.

Como ya he dicho, los romanos, a diferencia de nosotros, no hubieran concebido que uno de sus dirigentes fuera un analfabeto jurídico. Siendo, además, Claudio un erudito, entre sus estudios se incluyó el de la jurisprudencia.

Pero ser un erudito en derecho no siempre equivale a ser un buen aplicador del mismo. Esto es lo que nos dice Suetonio de las actividades judiciales de Claudio: "En los procesos que él instruía y sentenciaba, se mostró increíblemente variable; unas veces era prudente y avisado, otras irreflexivo e impetuoso, y en ocasiones de una frivolidad rayana en la locura."

A continuación da Suetonio varios ejemplos de lo que él considera una praxis judicial errática por parte del emperador. De entre ellos recojo el siguiente, que tiene cierto aire salomónico: "En otra ocasión en que una mujer se negaba a reconocer a su hijo y los argumentos presentados por ambos no eran concluyentes, la obligó a confesar ordenándole casarse con el joven."

Suetonio resume su relato de episodios judiciales de Claudio diciendo: "Con todas estas actuaciones se desacreditó hasta el punto de verse abiertamente menospreciado por todo el mundo". Pero lo que a mí me parece es que Claudio tenía un sentido del humor socarrón, que en la época se pudo considerar impropio de su posición, y también una paciencia para el ejercicio de su cargo que para mí quisiera. 

Al contar algunas de las humillaciones que sufrió Claudio antes de subir al poder, dice Suetonio lo siguiente: "Se aceptó incluso un proceso por falsificación de un testamento en el que también él había estampado su sello."

En el párrafo que transcribo a continuación encontramos una referencia a la Ley Hipotecaria romana, nada menos. El contexto es que Claudio, apartado de los cargos públicos por decisión la familia y habiendo recibido solo magros legados de sus parientes, unido a su dedicación a los placeres de la vida, se encontró arruinado después del pago de unos impuestos, sufriendo un embargo de sus bienes. Dice Suetonio: "Por último, se vio obligado a pagar ocho millones de sestercios por ingresar en un nuevo sacerdocio, quedando de tal manera arruinado, que, al no poder cumplir el compromiso contraído con el fisco, bajo el edicto de los prefectos sus bienes fueron puestos a la venta sin condiciones, como establece la ley hipotecaria."

Al tratar del comportamiento de Claudio con ciertos pueblos, escribe Suetonio: "Expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto".

Encontramos aquí lo que, según algunos, sería la primera aparición del cristianismo en la historia registrada de Roma. En aquella época los romanos no habrían llegado a distinguir a los cristianos de los judíos. Incluso se ha justificado la etimología del nombre usado por Suetonio ("Cresto") en lugar de la tradicional de "Cristo". La otra tesis para explicar el párrafo sería que el alborotador "Cresto" fuera una persona desconocida para nosotros.

Algunos autores relacionan esta supuesta expulsión de los cristianos de Roma con otro instrumento legal atribuido a Claudio, el llamado Decreto de Nazaret, que fue encontrado en esa aldea galilea en los años treinta del siglo pasado y que se ha vinculado a los relatos evangélicos según los cuales se acusó a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para fingir la resurrección. De ahí, se dice, que ese Decreto endureciese las sanciones contra los saqueadores de tumbas, llegando a imponerles la pena capital.

Y esta última anécdota jurídica la tomo de Dion Casio, pues puede ofrecer algún consuelo histórico a nuestros modernos abogados del tipo no todo tiempo pasado fue mejor: "En una ocasión, cuando cierto orador, Julio Gálico, se encontraba defendiendo un caso, Claudio irritado contra él ordenó que fue arrojado al Tíber, cerca del cual resultaba estar celebrando juicio. Este incidente dio ocasión a una buena burla por parte de Domicio Afer, el más célebre de los abogados de su tiempo. Cuando una mujer, cuya defensa había sido abandonada por Gálico, llegó a Domicio en busca de ayuda, este le dijo ¿Y quién te dice que yo soy mejor nadador que él?".

Cualquiera que haya llegado hasta aquí conocerá de las aficiones de Mesalina. Pero estas por sí mismas probablemente no hubieran ocasionado su anticipado final si no se hubiera combinado su innegable ánimo lúdico con la ambición política. Habiendo conseguido controlar la guardia pretoriana, se consideró lo bastante segura para casarse en las mismas narices de su todavía esposo con Cayo Silio, a quien Suetonio describió como el varón más bello de Roma. Y lo peor del bígamo enlace no era tanto la belleza del novio como la elevada posición de su familia. La actitud de Claudio ante los sorprendentes eventos distó de ser clara. La claridad la aportaron sus poderosos libertos, quienes, viendo comprometida su posición, se encargaron de acabar con el complot y con la vida de los recién casados.

Después de lo de Mesalina, Claudio hizo voto público de no volver a casarse, pero no contaba con la astucia de su sobrina Agripina. El ser hija de Germánico y de Agripina, la mayor, y a través de esta, biznieta consanguínea de Augusto, le confería un especial valor político a los ojos de Claudio, quien siempre había pretendido la legitimación de su reinado con el acercamiento a la rama julia de la dinastía. Además, la convertía en su sobrina carnal, parentesco que le daba el privilegio legal de abrazar al emperador, lo que utilizó con destreza en su propio beneficio y sobre todo en el de su hijo, el infame Nerón.

Busto de Agripina, la menor, última esposa de Claudio y madre de Nerón.

Mesalina supo ver el peligro que para ella y para su hijo suponían las dos jóvenes sobrinas del testador, Livila y Agripina. Ambas contaron en sus manejos con el apoyo del conocido Séneca, probable amante de las dos. 

A Julia Livila consiguió Mesalina pararla a tiempo, acabando el zascandil filósofo desterrado. Dice Dion Casio: "... hizo exiliar a Julia, la sobrina del emperador. No sólo estaba enfadada con ella porque no la honraba ni la adulaba, sino que además estaba celosa de ella porque era una mujer extraordinariamente hermosa y con frecuencia se reunía a solas con Claudio. Lo consiguió tras haber preparado contra ella diversas acusaciones, entre las que figuraba incluso la de adulterio; acusación por la que también fue exiliado Aneo Séneca".

Pero Agripina terminó por vencerla, a base de carantoñas al tío y de los propios excesos de la derrotada, convirtiéndose de ese modo en la última esposa del emperador. Dice Dion Casio:

"Poco después se casó con su sobrina Agripina, la madre de Domicio, llamado Nerón, la cual era bellísima y tenía la costumbre de consultarle constantemente y pasaba mucho tiempo tratándolo en privado, pues él era su tío, y comportándose ella con más familiaridad y confianza de la que conviene a una sobrina".

De Mesalina tuvo Claudio dos hijos, Octavia y Británico. A la primera la casaron con Nerón, y ambos hermanos perecieron a instancias de este, que no dejó títere con cabeza en la familia, incluyéndose entre los damnificados su propia madre.

De matrimonios anteriores, también fracasados, había tenido Claudio más hijos e hijas. El único varón de entre de ellos se ahogó con un trozo de pera con el que jugaba a lanzarlo al aire y recogerlo con la boca, borrándose así del futuro juego sucesorio.  

De Agripina no tuvo Claudio hijos biológicos, aunque, para su desgracia, la de sus hijos, e incluso la de la propia Agripina, se dejó convencer en adoptar al hijo de esta, Nerón, con quien llegó el final de la primera dinastía de emperadores romanos.

La sucesión de Claudio por Nerón se anunció ya en vida de aquel por los honores derramados sobre el hijo de Agripina, como el ser nombrado príncipe de la juventud, algo parecido a lo de nuestro príncipe de Asturias, o conferirle la potestad  proconsular.

Para no dejar nada al azar, se inició en vida de Claudio una activa campaña de propaganda para construir la imagen de Nerón como el nuevo princeps. Si a los monarcas modernos se les pasea habitualmente por lugares en los que ha sucedido alguna desgracia pública a fin de que repartan sonrisas y miradas compungidas, y a veces hasta alguna palmadita, a los afectados, a Nerón se convirtió en abogado de la ciudad de Bolonia, que había sufrido un incendio. Si a nuestros príncipes o princesas de Asturias se les exhibe en esa celebración bautizada con su título y creada con el aparente objeto de que exhiban sus juveniles talentos oratorios ante sus próximos súbditos, también a Nerón se le presentó ante el Senado como príncipe de la juventud, ceremonia seguida de un desfile militar con Nerón ataviado con el manto púrpura. Eso sí, los discursos de Nerón los escribía Séneca, lo que marca alguna diferencia y no a nuestro favor.

Mientras tanto, el desdichado Británico, privado del apoyo de su madre, "languidecía alejado de la vista de su padre, del público y mantenido en una especie de cautiverio", según dice Dion.

Sin embargo, parece que Claudio albergó a en sus últimos tiempos sus ciertas dudas sucesorias, hasta que le llegó el plato final de setas cocinado por su esposa. Quizás por eso el testamento de Claudio no llegó a hacerse público. La especulación es que, siguiendo el ejemplo de Tiberio, Claudio habría nombrado coherederos a Nerón y a Británico. 

Lo cuenta así Dion Casio

“A la muerte de Claudio, el gobierno, en estricta justicia, le correspondía a Británico que era hijo legítimo de Claudio y en desarrollo físico estaba adelantado a su edad; pero por ley recayó el gobierno en Nerón debido a su adopción. Pero ningún derecho es más fuerte que el de las armas, pues todo el que tiene una fuerza superior obliga siempre a que parezca que tiene el mejor derecho de su parte, diga o haga lo que fuere. Y así Nerón, habiendo primero suprimido el testamento de Claudio y sucediéndole después como amo de todo el imperio, hizo matar a Británico y a sus hermanas”.

Por su parte, Suetonio, aunque menciona el testamento de Claudio, no hace referencia alguna a su contenido. Esto es llamativo, pues trabajaba en los archivos imperiales, lo que le dio acceso al contenido original de los testamentos de otros emperadores, como Augusto o Tiberio, los cuales relaciona en su obra. Dice el autor:

"Hacia el final de su vida había dado algunas muestras inequívocas de que se arrepentía de haberse casado con Agripina y de haber adoptado a Nerón; así, cierto día en que sus libertos mencionaban con alabanza una instrucción que había llevado a cabo la víspera, y en la que había condenado a una mujer acusada de adulterio, exclamó que también en su caso los hados habían dispuesto que todas sus esposas fueran impúdicas, pero no impunes; un momento después, al salirle al encuentro Británico, le abrazó estrechamente y le exhortó a crecer con la promesa de rendirle entonces cuenta de todos sus actos, prosiguiendo, además, en griego: «El que te ha herido, te curará»; y cuando, a pesar de que era todavía impúber y muy pequeño, decidió darle la toga viril, ya que su estatura lo permitía, añadió: «Para que al fin el pueblo romano tenga un verdadero César». Poco después, redactó incluso su testamento e hizo que estamparan en él su sello todos los magistrados. Por consiguiente, antes de que pudiera ir más lejos, se le adelantó Agripina, que, además de estas circunstancias, se sentía acusada de muchos crímenes tanto por su conciencia como por los delatores."

Y este es el relato de Tácito (Los anales. Biblioteca Universal. Océano. Edición de Kindle) sobre la sucesión de Claudio: 

"Llegado, pues, el mediodía de los trece de octubre, abiertas de golpe las puertas de palacio, Nerón, acompañado de Burrho, se muestra a la corte, que, a uso de guerra, estaba de guardia: adonde, por advertimiento del capitán, fue recibido con alegres aclamaciones y después metido en una silla de manos. Dícese que muchos estuvieron suspensos, mirando y preguntando por Británico, y que no mostrándose alguno que pudiese oponerse a lo contrario, siguieron al príncipe que se les ofrecía. Llegado, pues, Nerón a los alojamientos, después de haber hablado allí como convenía al tiempo presente y prometido el donativo, conforme a la libertad que usó su padre, fue saludado emperador. Siguieron al aplauso de los soldados los decretos de los senadores y el consentimiento de las provincias. A Claudio se decretaron honores celestes y se le celebraron solemnes exequias, conforme a las que se hicieron al divo Augusto, compitiendo en esto Agripina con la grandeza de su bisabuela Livia. No se recitó el testamento por no alterar los ánimos del vulgo con el enojo y desabrimiento de ver preferido en el Imperio el antenado al hijo." 

Todo esto puede indicar que de algún modo se hizo desaparecer el testamento de Claudio antes de ser abierto públicamente. O bien que se impidió su lectura pública, aunque el argumento de Tácito de que eso se hizo para evitar que el pueblo se alterase al ver preferido en el testamento a Nerón (el "antenado" o hijastro) frente a Británico no casa con que ese era el resultado pretendido.

Barbara Levick (Claudius. Roman Imperial Biographies. p. 89. Taylor and Francis. Edición de Kindle) dice en este sentido que: "Tácito nos cuenta que el testamento no fue leído en público para evitar que el hecho de que Nerón hubiera sido preferido a Británico provocase disturbios. Está equivocado sobre la razón. La posición de Nerón dependía en gran medida de un testamento favorable. Lo que el público no debía conocer era que Británico y Nerón habían sido instituidos coherederos. En su último discurso al Senado, Claudio le había encomendado a los dos jóvenes. No habría sido el Senado el que evitase la lectura del testamento: los intereses de la familia, esto es, los de Agripina y de Nerón, eran los fundamentales".

En cualquier caso, lo cierto es que Agripina y sus partidarios se aseguraron de suavizar la sucesión a favor de Nerón. E incluso sus primeros años de reinado son generalmente bien valorados, bajo la influencia de Séneca y del prefecto del pretorio, Sexto Afranio Burro. Aunque lo bueno duró poco. 

La primera en caer en desgracia fue Agripina. Pero una mujer de su carácter no se iba a rendir por las buenas. Lo intentó todo, incluso, según algunos, seducir a su díscolo hijo. Uno de sus movimientos fue pretender usar a Británico como potencial rival de Nerón, lo que aceleró el fin de aquel, envenenamiento mediante.

En cuanto a Claudio, uno de los primeros actos de Nerón fue divinizarle. El discurso que escribió Séneca para la ocasión fue tan intencionadamente exagerado en los elogios que desencadenó las risas del pueblo. No sació con esto su inquina el filósofo, cultivada en los tiempos en que, tras sus andanzas con Livila, tuvo que marchar al destierro. Por eso procedió a escribir una sátira sobre la divinización de Claudio en la que este comparecía ante los demás dioses convertido en calabaza. Al final, también le llegaría el turno a Séneca de lamentar el ascenso de Nerón al poder, aunque parece que sí supo irse de este mundo con la dignidad estoica que predicaba. 

Y así, con dignidad estoica, me voy yo de esta serie sobre testamentos de emperadores romanos, que me ha proporcionado gran diversión, que es de lo que se trataba. 

De Nerón no se conoce testamento. Además, en su quinquenio de oro, sus años buenos, había transferido sus bienes personales al fisco, lo que consumó la identificación entre el patrimonio del emperador y el del Estado, convirtiéndolo en indisponible. En realidad, la peculiar monarquía de los romanos no compatibilizaba bien con el principio dinástico de elección del sucesor en el trono en virtud el parentesco. Se mantuvo por ello la ficción de ratificación del emperador por el Senado. Lo que sucede es que, desaparecida con Nerón la inicial asimilación del imperio con la familia julia, el Senado podía ratificar a cualquiera, siempre que tuviera el poder militar. Así, la siguiente dinastía la fundó un general de orígenes modestos, pero eso es ya otra historia.

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